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-'

360

B.

PÉRE~

GALDÓS

Esther, encerrada también en la suya, tenía

los ojos encendidos de tanto lloral'. Fué.

un

día

de

gellerallástirna

y

pena en la villa marítima,.

y

el tielnpo apacibie desapareció, poniéndose

obscuro el cielo, ceñudo y llorón. Corrían los

.vientos,. y quej ándose alborotada

ia

mar, deja–

,ba oír en toda la costa sus mugidores ayes.

A

la mañ,ana siguiente hebo entierro,

a1

que asistió gran gentío., la mayor

par~e

de él

por verla;

que ninguna .cur.iosidad es tan' viva

como la que inspiran los nluertos que en vid a

han sido objeto de la atención pública.

Mt1~h os

llor aban duran te la triste ceremonia; Caif3s

parecía un muerto que salía del hoyo para

en terrar á un

vivo; el

Cura, drag5n formid a-

I

- ble de los luares

y

de los m.ontes, sollozaba

como un n iño;

D.

Juan Amarillo simboliza ba

correctamente la tristeza oficial; algunos asi s–

t en tes decían con más asolllbro que compa–

sión: cr-roduvía es tá gllapn..»

A las diez de la ma1lana la tierra había

ya

pasado su nivel sobre el cuerpo, y el mundo

seguía su marcha. Ideas

y

acon tecimien tos,

todo volteaba en "la rueda fatal, dejando atr

8

aquella idea

y

aquel suceso, caídos

ya

y

segl'e–

gados del movimiento humano . En tal movi–

miento a ebemos comprender ia ispersióu e

los persoaajes principales de esta historia, die-