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B.
PÉRE~
GALDÓS
Esther, encerrada también en la suya, tenía
los ojos encendidos de tanto lloral'. Fué.
un
día
de
gellerallástirna
y
pena en la villa marítima,.
y
el tielnpo apacibie desapareció, poniéndose
obscuro el cielo, ceñudo y llorón. Corrían los
.vientos,. y quej ándose alborotada
ia
mar, deja–
,ba oír en toda la costa sus mugidores ayes.
A
la mañ,ana siguiente hebo entierro,
a1
que asistió gran gentío., la mayor
par~e
de él
por verla;
que ninguna .cur.iosidad es tan' viva
como la que inspiran los nluertos que en vid a
han sido objeto de la atención pública.
Mt1~h os
llor aban duran te la triste ceremonia; Caif3s
parecía un muerto que salía del hoyo para
en terrar á un
vivo; el
Cura, drag5n formid a-
I
- ble de los luares
y
de los m.ontes, sollozaba
como un n iño;
D.
Juan Amarillo simboliza ba
correctamente la tristeza oficial; algunos asi s–
t en tes decían con más asolllbro que compa–
sión: cr-roduvía es tá gllapn..»
A las diez de la ma1lana la tierra había
ya
pasado su nivel sobre el cuerpo, y el mundo
seguía su marcha. Ideas
y
acon tecimien tos,
todo volteaba en "la rueda fatal, dejando atr
8
aquella idea
y
aquel suceso, caídos
ya
y
segl'e–
gados del movimiento humano . En tal movi–
miento a ebemos comprender ia ispersióu e
los persoaajes principales de esta historia, die-