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n.
PÉREZ GALUÓS
,110
jugaba en el Jardín de Lantigua. Era
y
es
la imagen viva de aquel chicuelo divino,
cu–
yos
ojos,
t.anlindos como "inteligentes, mira–
r.on~on
amor al mundo antes de reformarlo.
Diríase de él que no n ació de madre, sino por
milagro del arte
y
de la fe, recibiendo cuerpo
y
vi da de
la
ardiente inspiración de A1urillo.
En Ficóbriga le ' llamabau y le llamaJ;l el Na–
zal'elli,to.
Tiene
los ojos de su madre
y
el
per–
fil de su padre, gracia, armonía, cierta severi.
dad , lumbre extraordinaria en la fisonomía,
el
cabello castaño y rizoso. Todos le adoran;
le
crían
hasta
con mimo, porque
D.
Buenaven–
'tura no
~abe
negarle nada,
y
es,'de oir el ho–
rrible estrépito que hacen
en
la casa sus caba
41
110s de, palo, sus a ros con timbre, sus carreto–
nes, sus trompetas, sus velocípedos,
BUS
fusi–
les, sus tambores
y
demás instrumen tos de
j uego con que le 9bsequ ian un día
y
otro sus
primitag, su mamá ...\.nton ia
y
su tío Ventura.
, Entonces, es deci r, el afio pasado, vestía de
luto.
El
no supo por qué; pero
había
uua
ra–
zón,
y
era que su padre había muerto en
Lon–
dres. ¿De qué clase de muerte? mej or dicho,
¿de qué enfermedad? De una que no tiene
nombre. llabia muerto después de
dos
afi08
de
locura, motivada por
la
extrafla y sin
iguat
manía
de
b,uscar una religión
nueva. la r U·