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B. PÉREZ GALDÓS
-
el
tiempo,
y
10$
obstáculos subsisten
más
te–
rribles, más imponen
tes cada dia. Ha llegado
la
hora
del envilecimiento
ó
de la
retirada, 'y
, tú-
me
das el ejemplo. Tú eres grande:
sabea
hacer
lo que
yo,
miserable,
no
supe.
¡Maldito
sea
yo,
que vi la
felicidad
y
no la
_pude poseer!
Te
devuelvo
á
tu casa,
á
tu
religión,
y
te de–
vuelvo pura, inlllRculada..
'!
'Por
Dios,
¿no
ves,
no ves clara
y
patente la
honradez' de
rol alma?
---Sf,-respondió ella entre angustiosos so–
llozos. -
-¿Conservas
alguuª, SOmbl"a
de recelQ
con
respecto
~
mí?
-No.
.
-:-¿Me creerías
digno
de tI, si una fatalidad
de nacimiento no lo impidiera?
.-Sí.
~Pues
ahora-dijo
resueltamente
elex.t~an.
jero levantándose, -separémonos.
-Para
siempre,~
anadió
GIQria
levan~lÍn-
dose
también.
f
Pálida
y
grandiosa en
su
dolor,
semejaba
el
ángel de. la
muerte cuando viene
á
llevarse
un
. alma.
Daniel
la
abrazó.
La
sel10rita
de Lanti·
gua ocultó
la
fren_te
en
el
pecho
de su
amigo,
regándolo
con
lágrimas breve
rato.
cDame
un
recuerdo
tuyo,- dijo Morton.
-La
memoria
fiel
no
necesita
recuerdos.