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GLORIA.

, 233

,P

rizadas

y

encintadas. Pero venían con los -ojos

abiertos, datido

la

mano el mayor .al más pe- ,

quefio

y

moviendo los piececillos por el aire.

I

-

Señalando la tierra le decían: cSólo/ aquí se

está bien.»

.

, Mirando luego

á

la torre 'de

!ti

iglesia, ex-

-

,

perilllentó viva sensación de miedo y antipa-

tía. La torre era una idea, y el

e~píritu

de la

, joven chocó" rebotando con dolor, eJ? aquella

idel\, como el ave ciega que tropieza

e~

un mu–

lo, De pronto, una voz gritó desde el jardín:

~

Nifía, ¿no bajas? Te espero hace

U1).

rato

t

para ir

á

la iglesia...

Era D. Angel, que salía para decir su misa

en la

Abadí~.

Gloria le acompafíaba siempre

,con gozo; mas en aquel día sintió frío en el co–

razpD y un extrafio ímpetu rebelde. Uniose,

sin embargo, con sumisión

y '

cariii~

al bendito

Prelado; mas al entrar

en

el templo renovóse

: en su alma el terror, porque aquellas piedras

)

~~

bárbaramente blanqueadas no la dejaban 'res- /

pirar, oprimiéndola con

su

peso.

Cuan.do

D. Angel salió \al altar, G1ori4 evo–

có todas las fuerzas de su alma, su piedad y su

fe,

y

no en vano, porque siendo

D.

Angel UD

santo, la impiedad no era posible en su presen–

cia. La turbada doncella luchaba con las do–

lorosas repugnancias que surgían en su espí- .

/