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B. PÉRBZ GALDÓS
, eHija mía, no puedo absolverte••
Gloria inclinó la cabeza con sumisión.
-.
, _ ePor ahora-afladió el Prelado, - procura
serenarte... descansa. Salgamos un momento
al jardín ó
á
paseo,
y
hablaremos despacio.,
La pecadora corrió
á
tomar el sorobrero y
el bastón de su tío.
. ,Por
cierto-dijo éste,--que no me gusta
que tu padre ignore estas
co~as.
Yo no le
pue–
do decir una palabra, si no me autorizas para
ello, del mismo modo que si no te hubiera oído
en confesión.
-Quiero que lo sepa-dijo Gloria:-yo me
confieso
á
los dos.
'
-Muy
bien, me parece
muy
bien... No te
sofoques. Vamos
á
dar una vuelta .•
Salie,ndo a
111
bos. de paseo hacia la Besque–
ruela, el Prelado se expresó así:
,Te dij e que no podía
absolvert~.
Ahora sa–
brás por qué. No es la causa de mi rigor que
hayas amado. Eres mujer,
y
la ley natural, en
I
és ta tu edad florida, despierta inclinación ha-
I
cia otro sér , la cual, si es honesta
y
va /bien
l
dirigida por el discernimiento, puede producir
beneficios conduciendo al servició de Dios.
Bien es verdad que hallo en ese afecto tuyo de,
mRsiado ardor,
y
es de tal suerte; que más pa–
rece desasosiego de un alma
llagacla y enfermtJ,