«Menéndez Pidal, Miró Quesada, Durand, Carmelo Sáenz y
Avalle-Arce». Pero por mi parte daré particular importancia
al trabajo de Pierre Duviols, por las siguientes razones. En
primer lugar, lo sitúa al interior de una edición extraordinaria,
la de la
Encyc/opédie Phi/osophique Universelle,
publicada por
PUF, París, y donde ocupa, el texto de Duviols, la página
4297.
No sé si me hago entender. Esa
Encyclopédie
es obra desme–
surada de los franceses que abarca no solo la historia de la
filosofía hasta nuestros días, en vastos volúmenes impresos
en papel biblia. Abarca
«Los tiempos actuales»
incluyendo las
ciencias humanas
y los
saberes de otras civilizaciones.
Pues
bien, nuestro Garcilaso está ahí. Conviene decirlo, en este
IV Centenario. Al lado de pensadores no solo occidentales
sino del Asia, la India, de América.
¿Y qué es providencialismo? ¿Qué significa que el Inca lo
fuera? «Dos amores han levantado las ciudades (los reinos).
El amor de sí hasta llegar al desprecio de Dios, la ciudad
terrestre. El amor de Dios hasta llegar al desprecio de sí mis–
mo, la ciudad celeste. Una se glorifica en sí misma, la otra
en Dios»
(libro XIV, La ciudad de Dios).
Garcilaso conocía ese
texto, como todos los humanistas de su tiempo. Pero no hay
que tomar a San Agustín como
un maniqueo, ambas ciudades,
estaban estrechamente imbri–
cadas. Agustiniano era pensar
que las estructuras temporales
de la ciudad terrestre podían
permanecer según su buen uso.
El ejemplo negativo fue Roma,
para Garcilaso, para Maquiave–
lo, pa ra todos los pensadores
del XVI. Le debían la idea del
Est ado y la ley, pero también el
vasto desorden de un m ilenio
de fragment ado poder feudal.
¿Podían las Monarqu ías Cristianas escapar a la fatalidad del
ma l?Sí, si emp re y cuando la fe cristiana, divulgada en otros
rei nos
y
ci udades terrestres, condujera a todos los pueblos
a «ese gran
sabat
donde no habría noche
y
no tendría fin»
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