particularistas, o indio o español. Las sobrepasa, las trascien–
de ¿De qué manera?
Estas líneas proponen que ese momento fue nuestro XVI
y ese instante de conciencia de la modernidad que sugiere
el profesor Bourricaud, visiblemente lo encarna aquel que se
llama Garcilaso de la Vega el Inca. Pero pagando un precio te–
rrible, vital, personal. Garcilaso es el primero de una larga lis–
ta, creativa, gloriosa y a menudo sufriente, de peruanos que
partieron. Nuestra curiosa selección adversa. Es el precursor
de una hilera de peruanos, del XVI al siglo XX, que tuvieron
una relación de conflicto/asimilación con Occidente, visto
como modelo, pero como modelo aborrecido y deseado, al
que entran sin someterse, sino tras una labor de subversión.
Y si esto tiene algún sentido, debemos preguntarnos, con
la ocasión del IV Centenario, el sentido de otros itinerarios.
El de César Vallejo, por
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modelo mismo de nove–
la heredado de Flaubert
o de Joyce. ¿Entonces, el
escritor Inca? Garcilaso
inventa un género que
es biografía , reflexión
histórica y personal re–
flexión . Por ello, que no
se le convierta en un na–
rrador, casi en un nove-
lista. Efectos perversos
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en la mentalidad limeña del éxito (merecido) de Vargas
Llosa. Pero no toda literatura es ficción, existe un género
literario de meditación cuyo personaje son las ideas. De
quien estuvo cerca fue de Montaigne. Algo tiene de ensayo
ese cruce entre voz personal
y
comentario de lo vivido.
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