Libro Nono
Capítulo XX
De las ovejas
y
gatos caseros
L
AS OVEJAS DE CASTILLA, que las llamamos así a dife–
rencia de las del Perú, pues los españoles, con
tanta impropriedad, las quisieron llamar ovejas, no
asemejándoles en cosa alguna como dijimos en su
lugar, no sé en qué tiempo pasaron las primeras,
ni qué precio tuvieron, ni quién fue el primero que
las llevó. Las primeras que vi fue en el término del
Cozco, el año de mil y quinientos y cincuenta y seis;
vendíanse en junto a cuarenta pesos cada cabeza,
y las escogidas a cincuenta, que son sesenta duca–
dos. También las alcanzaban por ruegos, como las
cabras. El año de mil y quinientos y sesenta, cuando
yo salí del Cozco, aún no se pesaban carneros de
Castilla en la carnicería. Por cartas del año de mil y
quinientos y noventa a esta parte, tengo relación
que en aquella gran ciudad vale un carnero en el
rastro ocho reales, y diez cuando muchos. Las ove–
jas, dentro de ocho años, bajaron a cuatro ducados
y a menos. Ahora, por este tiempo, hay tantas, que
valen muy poco. El parir ordinario dellas ha sido
a dos corderos, y muchas a tres. La lana también
es tanta que casi no tiene precio, que vale a tres
y cuatro reales la arroba; ovejas burdas no sé que
hasta ahora hayan llegado allá. Lobos no los había,
ni al presente los hay, que, como no son de venta
ni provecho, no han pasado allá.
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