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Coronel Brígido Silveyra por ejemplo, toma el centro de la

República con los restos de su ejército, que se debilita por

momentos con la desercion de sus parciales, y es perseguido

tenazmente por el ejército de Medina hasta Quinteros, donde

tienen que entregarse los revolucionarios porque les son toma–

dos los pasos y no pueden materialmente resistir al enemigo,

cuatro veces superior en hombres y elementos de guerra.

Verificada la rendicion y dado cuenta de ella al Gobierno ae

Montevideo, ordénale éste al General Medina cumpla con lo

dispuesto en el decreto que ya conocemos, ejecutándose en

seguida á los principales jefes y oficiales prisioneros.

¿Hubo ó no hubo capitulacion?

Es un hecho que está todavía por comprobarse.

Lós miembros de uno y otro partido opinan diferentemente.

Sin embargo, puede afirmarse con toda seguridad que no

existe documento alguno que ·compruebe la existencia de un

tratado cualquiera verificado con los revoltosos.

Las presunciones, pues, son todas á favor de lo contrario,

esto es, que se rindieron á discr ecion los revolucionarios.

¿Pero este hecho justifica el asesinato? ¿Lo justifica siquiera

el Decreto espedido con antelacion á la pasada al país de los

insurrectos?

En nuestra opinion, emitida con toda la sinceridad de nues–

tros sentimientos patrióticos, que rechazan hoy seguir soste–

niendo los errores del pasado, debemos declarar que no, y

mil veces no, pues además de que el asesinato no se justifica

nunca, y que es una aberracion considerarlo como político,

hay otras causas poderosas á favor de lo que sostenemos.

En primer lugar, no hay nada mas sagrado que un prisio–

nero de guerra, respetado por todas las naciones civilizadas,

rindiendo tributo á un sentimiento de humanidad

y

á una alta

idea política de propia conservacion .

En segundo lugar, que el decreto declarando fuera de la

ley á

los revolucionarios en mérito al cual, dicen, se les

pasó por las armas, solo puede concebirse como una disposi–

cion de mera forma para ejercer presion sobre los conspirado–

res, á fin de que no se produjeran en armas contra el gobierno;

pero jamás para cumplirlo al pié de la letra, asesinándolos

despiadadamente; pues si bien los gobiernos

r epubli canos

tienen derecho para dictar medidas de r epresion contra las

sediciones

y

las conspiraciones, que alteran el órden público,