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recibido noticias de habnse verificado varios pronunciamientos

á

favor de la invasion.

En esta cruzada, además de la persecucion y tiroteo continuo,

asi como las pequeñas sorpresas y escaramuzas que fueron

casi diarias en los primeros tiempos de la revolucion, sucedió

un hecho verdaderamente notable que vamos á narrar.

· Eran las primeras horas de la mañana del 26 de Marzo. Los

revolucionarios habian acampado un momento en la costa del

arroyo Tupambay, departamento de Cerro-Largo. El grupo no

ascendía todavia á cien hombres.

De repente, cuando mas tranquilos estaban, sienten un in–

menso tropel y oyen el fatídico toque de deguello: era una

impetuosa carga de caballeria enemiga que los había sorpren–

dido y que estaba ya casi encima del campamento con una

division de 200 hombres escalonados por escuadrones, apro–

ximándose por segundos á los invasores.

¿Qué hacer en semejante trance?

No habia mas remedio que batirse, y batirse desproporcio–

nadamente.

El General Aparicio, sin turbarse siquiera, demostrando el

valor y sangre fria que lo caraterizaba en el peligro, grita á

los suyos con voz breve y estentórea:

A caballo sin montu–

ras,

y

á

formar de

á

cuatro en fondo!

Y antes que terminara la

frase, con la prontitud de un relámpago, con esa agilidad pasmo–

;:;a en nuestros paisanos para estas aventuras, habian

enfre~

nado todos sus corceles de batalla y completamente en

pelos,

sin cojinillos ni nada, forman en escalon y cargan al enemigo

destacándose al frente del invencible escuadran la bravía figu–

ra del valiente caudillo, blandiendo su formidable lanza y ani–

mando á sus ·compañeros á despreciar la vida en los combates.

Al aproximar e las dos fuerzas, cuando ya era inminente la

batalla, el General Aparicio que á su valor estraordinario unia

la condicion de conocer á sus compatriotas como á sí mismo,

comprendió en seguida con la gente que iba á pelear, hijos to–

do del departamento, donde no se en.cuentra sino uno que otro

olorado; pobre

pai anos que habian

ido tomados forza–

damente para el servicio del gobierno, cuyos jefes, los

eñores

V lles

y

uarez eran lo único que no eran del Partido

acio–

nal; el General Aparicio que comprendió todo e to, tuvo un

p n amiento e pléndido, que fué el

iguiente: sin dejar de

lle arles el ataque

y

con acento varonil

y

vibrante: -

Pasaos