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LORD JllACAULAY.

los más apartados extremos del mundo, se hubiera

desplomado toda la vasta fábrica de la sociedad!

¡Cuántos millares de desterrados, un tiempo los más

ricos y elegantes miembros de esta gran comunidad,

hubieran tenido que mendigar el pan en las ciudades

del Continente ó hubieran buscado abrigo bajo chozas

de paja en las vírgenes selvas de América! ¡Cuántas

veces hubiéramos vi.sto.desempedrar las calles para

construi r barricadas, derribar las casas á cañonazos y

la sangre á torrentes correr por el arroyo! ¡Cuántas

vece,s hubi éramos corrido locamente de extremo á

extremo buscando refug io contra la .anarquía en el

despotismo y cayendo otra vez en la anarquía por

huir del despotismo! ¡Cuántos años de sangre

y

con–

fusión nos hubiera costado el aprender, nada más, los

rudimentos de la ciencia polltica! ¡Cuántas teorías

infantiles nos hubieran alucinado! ¡Cuántas Consti–

tuciones rudas

y

poco meditadas hubiéramos procla–

mado, sólo para verlas caer en seguida! Felices nos–

otros si la severa experiencia de medio siglo bastaba

á

educarnos y

á

ponernos en estado de

go~ar

verda–

dera

Ji

bertad.

De todas estas calamidades nos libró nuestra revo–

lución . Fué ·uña revolución esencialmente defensiva,

y tuvo de su parte la tradición

y

la leg·alidad. Aquí y

sólo aqui, una monarquía limitada del siglo xm se ha–

bla consérvado con las mismas limitaciones basta el

sig-lo xvII. Estaban en todo vigor nuestras institucio–

nes parlamentarias. Los principios más importantes

de nuastro gobierno eran excelentes. Cierto que no

se definían formal y exactamente en un solo docu–

mento escrito, pero se hallaban esparcidos en nues–

tros antiguos y nobles estatutos, y lo que aún era de

mayor cuenta, hacía cuatrocientos años estaban g ra–

bados en el corazón de los Ingleses. Consideraban