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LORD llfACAULAY.
ción de los jurados, de la le:y que prohibió el tráfico
de esclavo , de la ley que abolió la prueba sacra–
menta!, de la ley que libró á los católico de las inca–
pacidades civil e que pesaban sobre ello , de la ley
c¡ue reformó el sistema representativo, de todas las
buena leyes, en suma., que han sido aprobadas desde
hace ciento sesenta años, de todas las que en lo suce–
sivo, en el cur o de siglo enteros , sean necesarias
para promover la riqueza pública y sati facer las exi–
gencia de la opinión .
El mayor elogio que puede hacerse de la revol ución
de 1688 es decir que fué nuestra última revolución.
Varia generaciones se han ucedid0 desde entonces
sin que á ningún Ing le discreto y patriota se le haya
ocmrido derribar el gobierno establecido. Existe en
toda la inteligencias honradas y refl exiva una con–
vicción
á
que Ja experiencia da má fu erza cada dia,
y es que Ja misma Constitución ofrece Ja manera de
llevar
á
cabo cuanta mejoras pueda exig·ir la suce–
sión de los tiempos.
Nunca como ahora podremos apreciar tl\da la im–
portancia de la resistencia que hicieron nuestros pa–
dres á la Oasa de E tunrdo. En torno nuestro, agitase
el mundo en las convulsiones de la agonla de g ran–
des pueblos. Gobiernos cuya duración parecía, no ha
mucho, alcanzar sig·los enteros, se han vi to de pronto
atacado y derribado . Las discordia civile han en–
sangl'Cn tacto las más orgullosas capitales de Ja Europa
Occidental. Todas las mala pasiones, la sed de lucro
y
la sed de vengan:m, la antipatía <le clases, la anti–
patía de razas, se han desencadenado, libres del freno
de las leye divinas
y
humanas . El temor y la ansie–
dad han anublado los rostros y oprimido los corazones
de millones de personas. Suspendióse el tráfico,
y
la
industria se paralizó . El rico se vió pobre,
y
el pobre