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LORD MACAULAY.
Duques y Condes,
á
nombrar Obispos y Jueces,
á
perdonar criminales,
á
mandar los ejércitos de la na–
ción y á termiuar tratados con potencias extranjeras'?
;,Hubiera podido encontrar Pascal en todos los infolios
de los casuistas jesuitas
un
sofisma más despreciable
.que el que, al parecer, bastaba ahora á tranquilizar
fas conciencias de los Padres de la Iglesia anglicana?
Nada más evidente, que la única manera de defen –
der el plan de regencia, era fundarse en los principios
sustentados por los whigs. No podía haber contro–
-versia, respecto á la cuestión de derecho, entre los
mantenedores racionales de aquel plan y la mayoria
de la Cámara de los Comunes. Todo quedaba reducido
á
una cuestión de oportunidad, ¡,Y podría ningún es–
tadista discutir seriamente la conveniencia de cons–
tituir un gobierno con
<l.oscabezas, dando á una el
poder real sin la regia dignidad, y á otra la regia dig–
nidad sin el poder real'? Era notorio que tal arreglo,
aun en el caso de hacerlo necesario la infancia ó la
locura del Principe, presentaba muy serias desventa–
jas. Era verdad casi probervial, y demostrada por toda
la historia de Inglaterra, de Francia
y
de Escocia, que
las épocas de regencia eran épocas de debilidad, tur–
bulencias y desastres. Y aun en el caso de infancia ó
de locura, el Rey, por lo menos, no salía de una acti–
tud pasiva, no podía hacer activa guerra al Regente.
Lo que ahora se proponia era que Inglaterra tuviese
dos primeros Magistrados de edad madura y sana in–
teligencia, que se hicieran el uno al otro guerra irre–
•Conciliable. Era absurdo pretender dejar á Jacobo
meramente el nombre de rey, privándole de todo
1JOder real, pues el nombre de rey constituye una
parte del poder soberano. La palabra rey era una es–
pecie de mágico conjuro. Asociábase en la m.ente de
.muchos Ingleses á la idea de una condición miste-