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REVOLUCIÓN DE INGLATERRA.
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bunicio
y
consular, la presidencia del Senado y el
mando de las legiones
á
Galba y
á
Vespasiano.
La analogía que el Arzobispo imaginaba haber des–
cubierto entre un Rey obstinado en el mal
y
un Rey
19co, no puede resistir al más ligero examen. Claro·
que Jacobo no se hallaba en situación tal, que si hu–
biera sido un caballero ó un mercader, los tribunales
1e hubieran declarado incapaz de contratar ó hacer
testamento. Era su locura como la de todos los malos
reyes; como lo había sido Carlos I cuando mandó
prender los cinco diputados, como lo babia sido Car–
los II cuando hizo el tratado de Dover. Si esta especie
de trastorno mental no era bastante
á
justificar en los
súbditos la falta de obediencia á los príncipes, el plan
de regencia no tenia defensa posible. Si esta especie
de trastorno mental justificaba el que los súbditos re–
tirasen su obediencia al Soberano, la doctrina de la
sumisión quedaba completamente destruida, admi–
tiéndose los principios que siempre había sostenido
Ja.
fracción más templada del partido whig.
Respecto
al
juramento de obediencia, que tanto in–
quietaba
á
Sancroft y
á
sus discípulos, sólo una cosa
resulta en claro, y es que de cualquiera parte que es–
tuviera Ja razón, resultaban ell os en el error. Sostenían
los whigs que el juramento de obediencia contenía
implicitamente ciertos deberes por parte del Sobera–
no; que el Rey había faltado
á
estos deberes, y por lo
mismo el juramento había perdido su fuerza. Pero si
Ja doctrina whig era falsa , si el juramento continuaba
en vig·or, ¡,podía ningún hombre discreto creerse libre–
dr. incurrir en el perjurio votando en favor de la re–
gencia'/ ¡,Podrían afirmar ser fi eles
á
Jacobo mientras,
á
desprcho de las protestas que aquél hacía ante toda
Europa, autorizaban otra persona
á
percibir las rentas
r eal es,
á
convocar y disolver Parlamentos,
á
crear-