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LORD MACAULAY.

ocioso examinar estas memorables palabras como si

se tratase de un capítulo de Aristóteles

ó

de Hobbes.

Tales palabras deben considerarse, no como palabras,

sino como obras. Si producen el efecto propuesto,

son lógicas, aunque parezcan contradictorias. Si no

cumplen su objeto, son absurdas, aun cuando por sí

mismas se demuestren. La lógica no admite compro–

misos, y los compromisos son la esencia de la políti–

ca. No es, pues, extraño, que algunos de los más útiles

é importantes documentos políticos figuren entre las

composiciones más ilógicas. El objeto de Somers,_de

Maynard

y

de los otros políticos eminentes que re–

dactaron esta célebre proposición, no fué dejar

á

la

posteridad un modelo de definiciones y divisiones,

sino imposibilitar la restauración de un til'ano y colo–

car en el trono un soberano bajo el cual la ley y la

libertad pudieran estar seguras. Alcanzaron este ob –

jeto empleando un lenguaje que en un tratado fiÍOsó–

fico sería, con justicia, calificado de inexacto y con–

fuso. No se cuidaron de que la conclusión estuviera

conforme con la mayor, si la mayor les aseguraba

doscientos votos y la conclusión doscientos más; y en

realidad, la principal belleza de la resolución consiste

en su falta

d~

lógica. Había una frase para cada frac–

ción de la mayoría. La mención del contrato original

halagaba á los discípulos de Sidney. La palabra abdi–

-0ación conciliaba políticos de más tímida escuela.

Había, á

no dudar, m

uchos protestantes entusiastas á

quienes

agradaba.Ja

censura arrojada sobre los jesui–

tas.

Para el verdadero estadista, la sola cláusula im–

portante era la que declaraba vacante el trono, y si

aquella cláusula se adoptaba, le importaba muy poco

-el preámbulo que la precediera. La fuerza que, de

este modo, pudo reunirse, hizo imposible toda resis–

tencia. Aprobaron las comisiones la proposición sin