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LORD MACAULAY.
no llevar más adelante tan inútil contienda ( 1).
Bueno era el consejo, pero no estaba Jacobo en
situación de adoptarlo. Siempre. había sido su inteli–
gencia débil y limitada,
y
actualmente, temores feme–
niles
y
pueriles imag·inaciones la anulaban por com–
pleto. No ignoraba que el principal deseo de sus ene–
migos
y
lo que más t(:)mían sus partidarios, era que se
fugase. Aun en el caso de que al quedar, corriera su
persona verdadero peligro, era la ocasión de tan gran
momento que debía haber mirado como una infamia
el desistir, pues la.cuestión qne iba
á
decidirse era si
él
y
su posteridad hablan .de reinar en el trono de sus
antepasados, ó Yivir por siempre vagabundos
y
men–
digos. Pero en su mente todos los sentimientos habían
sido reemplazados por un pánico temor de perder la
vida. A las vehementes súplicas é incontestables ar–
gumentos de los agentes que sus amigos enviaron
á
Rochester, sólo había dado por respuesta, que su
cabeza estaba en peli gro. En vano le aseguraban
no haber motivo para tales temores; inútilmente le
repetían que el sentido común,
á
falta de principios
morales, hubiera impedido al Príncipe de Orange
incurrir en el crimen y la vergüenza del regicidio
y
parricidio,
y
que muchos que no consentirían nunca
en deponer
á
su soberano mientras permaneciese en
territorio.inglés, se considerarían libres de toda obe–
dieucia en el momento de su deserción. El temor se
sobrepuso
á
todo otro sentimiento. Jacobo decidió
huir,
y
no le era difícil ponerlo por obra. Guardábase–
le con gran neg·Jigencia; á nadie se le impedía llegar
hasta él;
á
corta distancia había bajeles prontos
á
ha–
.cerse á la mar,
y
los botes podían llegar muy cerca
(1)
Diario de Clarendon,
dic.
21
y
22, 1688; Clarke.
Vi da de Ja–
cobo,
u,
268-210,
llle1n. orig.