REVOLUCIÓN DE INGLATERRA.
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:sin cometer ningún pecado, á la decisión del dios de
las batallas. De esta manera, después de la conquista
caldea, los
Judí.osmás piadosos y amantes de su pa–
tria no cre
ían violar sus deberes para con su señor
natural, sirviendo con lealtad al nuevo amo que la
Providencia les había impuesto. Los tres confesores
que habían sido maravillosamente preserv,Ldos del
fuego en el horno, desempeñaban altos empleos en la
provincia de Babilonia. Daniel
fue
ministro, sucesi–
vamente, de los Asirios que subyugaron
á
Judá, y de
los Persas que subyugaron á Asiria. Y lo que aun es
más: el mismo Jesucristo, que por el nacimiento era
Príncipe de la casa de David, al ordenará sus com–
patriotas pag,ar tributo al César, había declarado que
la conquista extranj era anula el derecho hereditario y
.es título legítimo de dominio. Era, pues, muy proba–
ble, que gran número cie toríes que por escrúpulos de
concieucia no se atrevían á elegir rey por sí mismos,
aceptasen, sin vacilar, el rey que les imponía el éxito
de la guerra
(1).
Del lado contrario, babia tarobién razones de gran
peso. El Príncipe no podía dedarar haber ganado la
corona con la espada, sin faltar escandalosamente
á
sus promesas. En su Declaración protestaba no estar
animado del designio de conquistar Inglaterra; que
los que le imputaban tal designio le calumniaban
vilmente, no sólo
á
él, sino á los patrióticos nobles
y
caballeros que le habían llamado; que el ejército que
le acompañaba era evidentemente inferior
á
lo que
requería empresa tan ardua,
y
que estaba plenamente
resµelto
á
dejará Ja decisión dtl un Parlamento libre,
.así los públicos males como sus propias pretensiones.
No hubiera sido digno ni prudente faltar, por nada del
(1) Burnet,
t,
SOS.