REVOLUCIÓN DE INGLATERRA.
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-ronle en estrecha prisión,
y
no se les permitió lle–
gar
á
nu presencia basta que hubieron entregado
sus espadas. En tanto, era inmensa la multitud con–
gregada cerca de donde estaba el Rey. Algunos ca–
balleros whig.s
~de
las cercanías habían traído un
gran cuerpo de milicianos para ci:stodiarle en la:
prisión. Habían imaginado, muy erróneamente, que
al detener al Monarca se congraciaban con sus ene–
migos, y así, fué grande ·su sorpresa é inquietud al
saber que bl Gobi erno provisional de Londres des–
aprobaba su conducta con el Rey, y que un cuerpo
de cabaHería estaba ya en camino para libertarle. N9·
tardó Feversham en llegar. Había rlejado su regi–
miento en Sittingbourne, pero no hubo necesidad de
emplear la fuerza. Dejaron partir al Rey sin opósi–
ción,
y
sus amigos le condujeron áRocbester, donde
tomó algún repqso, que en gran manera necesitaba.
Su estado era lamentabl e. No sólo su inteligencia,
que nunca había sido muy clara, se había trastor–
nado por compieto, sino el valor personal que había
demostrado cuando joven en varias batailas de mar
y
tierra, también le había abandonado. Los malos tra–
tamientos
á
que por vez primera se había visto ahora
sujeto, parecen haberle afectado más que ningún otro
acontecimiento de su accidentada existencia. La de–
serción de su ejército, de sus favoritos, de su familia,
no le impresionó tanto como los ultrajes que hubo
de sufrir al ser asaltado su bajel. El recuerdo de
aquellos ultrajes continuó por m-:.icho tiempo ator–
mentando su corazón, y en una ocasión se mostró de
tal manera, que fué blanco de las más despreciativas
burlas de toda Europa. En el cuarto año de su destie–
rro intentó alucinar
á
sus súbditos, ofreciéndoles una
amnistía. Acompañaba
á
la amnistía una larga lista
de excepciones,
y
en ella figurahan, al lado de Chur-
T0Mo 1v.
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