R.EVOLUCl ÓN DE l
GLATER.RA.
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. J acobo había viajado, mudando caballos, sig uiendo–
la .orilla meridional del Támesis, y el 12 por la ma–
ñ ana había llegado á Emley Ferry, cerca de la isl a.
de heppoy .
Allí
le!lguardaba el bajel que debía cou–
ducirle. Embarcóse inmediatamente, pero refrescó el
viento, y el patrón no se aventuró á hacerse á la mm·
in añadi r algún lastre. Esta operacióu hizo perder
u na marea, y era y a casi media noche cuando la em–
barcación aun empezaba
á
flotar. Ya entonces se ha-
1.Jlan e ·tendido por las márgenes del
Tám ~sis ,
sem–
brando por toda
partes confu sión y desorden, las
nuevas de que el Rey habla de apar cido, que el país.
estaba sin Gobierno y que en Londres imperaban
el tumulto y la anarquía. Los rudos pescadores de
1
ent contemplaban el barco con recelo y codicia.
al mi roo tiempo. Murmurábase que habían embar–
cado precipitadamente algunos individuos vestidos.
como caballeros. Tal vez eran jesuítas, tal vez era.
g ente rica: cincuenta ó sesenta bateleros, movidos al
mismo ti
mp~
de su odio al papismo
y
de su amor al
pillaje, a altarou el barco precisamente cuando se
di ponla á hacer e
á
la ela. Díjose á los pasaj eros qu e–
tenian que ir
á
tierra, donde le examinarla un ma–
g·i trado . La
fl
onomía del Rey despertó las más viva
sospechas.
«Es el P. Pelrc,
exclamó uno de aquellos
malandrine.;
lo conozco
e,i
lo saliente q1e tiene las r11andt–
h11las.-¡A registra?· al viejo jesuita de afilado rostro/11
Tal
- fué bien pronto la voz general. El Rey se vió suj eto
á
rudos tratamientos, y tuvo que dejarse registrar de
aquella gente. Quitáronle el dinero y el reloj . Llevaba.
tamb ién el anillo de la coronación y otra joya de
g ran valor, que,
in embargo, no atraj eron la cod,icia
d l o ladrone , cuy a ignorancia llegaba ha ta tomftr
por pedazos de vidrio lo diamantes del Rey.
Por .fin lo prisioneros fueron llevados
á
tierra
y