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I,ORD MACAULAY.

v.

ARRESTO DE JEFFREYS .

A despecho, sin embargo, de las oportunas medidas

del Gobierno provisional, hacíase de hora en hora

más formidable la agitación. Contribuyó á aumentarla

un suceso que, aun después de tanto tiempo, apenas

puede relatarse sin experimenta'r un sentimiento de

vengativo pl acer. Poco tiempo antes, un prestamista

que vivía en

Vi

apping, cuyo oficio era proporcio–

nar dinero

á

muy crecido interés

á

los marinos que

allí habitan, había prestado una suma sobre un carg·a-.

mento. El deudor acudi ó á Jos tribunales implorando

se

le-

aliviase de la gravosas condiciones á que él

mismo se había comprometido,

y

la cue tión vino á

caer en manos de J effreys. El abogado del solicitant

sólo dijo, en apoyo de su defendido, que el. usurero

era

er¡1tilibi·ista.

Nada más era preciso para que súbita–

mente montase en cólera el Cancill er.

u¡Un eqtál-ilh·is–

ta! ¿Dónde está? Dejádmelo vei·. He oído ltablai· de seme–

jante rnonstiviw . ¿Cómo es?»

El infortunado acreeJor se

vió forzado á comparecer. El Canciller le miró con en–

cendidos ojos, donde ardía la furia. Descargó sobre

:

l

una tormenta de insultos, y lo despidió modio muerto

de terror.

«jJfientras viva,

dijo el pobre hombre al sal ir

-con paso vacilante del Tribunal,

nunca olvidad aquel

·rostrn terrible.»

Y al cabo era l legado el día de la veJJ–

ganza. El

equilw1·ista

estaba paseando en Wapping,

cuando vió asomado

á

la ventana de un a cervecer!a

uu rostro muy conocido. No podía equivocarse. Cierto

que tenía las cejas afeitadas, el traj e acusaba un