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LORD MACAULAY.
Torre. El infeliz era, en tanto, víctima del más pro –
fundo terror. Retorciase las manos; lanzaba salvaje
miradas
á
la multitud, ya por una ventanilla, ya por
la otra, y se le oía gritar aun por encima del tumulto:–
~1No
los de;'éi,c;
ace~·ca1·,
caballe1·osl ¡Po1· amor de Dios,
1w
pe1-raitáis que se accrque11/n
Por fin, después de un su–
frimiento mucho más terrible que la misma muerter
fué alojado en la fortaleza donde algunas de sus más–
ilustres victimas habían pasado sus últimos dlas y
donde babia de terminar su vida en medio de indes
criptible ignominia y horror (1 ).
Durante todo este tiempo se buscaban activamente–
los sacerdotes católicos. Muchos fueron arrestados,
y
dos Obispos, Ellis y Leyburn, fueron enviados á New–
gate. El Nuncio, quien, asi por su cargo espiritual
como politico, no esperaba ser respetado por la mul–
titud, escapó disfrazado de lacayo en el séquito del
Ministro del Duque de Saboya (2).
VI.
LA NOCHE IRLANDESA.
Terminó entonces otro dia de agitación y espanto,
y
fué seguido de la noche más extraña
y
terrible que
jamás había visto Inglaterra. A primera hora de la
noche la multitud atacó un palacio construído algu-
(1) Nortb,
Vida de Guild{o1'lt,
220;
Elegia
de Jeffreys;
Dia1' io de
Lutflrett;
Oldmixon, 762. Oldmixon est11ba entre 111 multitud, y no
dudo que figuraría entre los más fu.riosos. Refiere bien lo suce –
dido. Véase también la
Corresponitencia de Ellis;
Burnet, r, 791,
y
la nota de Onelow.
(2)
Ad'da, dic.
9 (19);
Citters, dic. 18 (28).