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LORD l\IACAULAY.

Pero aun cuando este hecho no estuviera demostrado,

todavía quedaría en pie un argumento bastante po–

derÓso á decidir la cuestión. ¿Qué motivos tenia Sun–

derland para desear una revoluCión? Bajo el Gobierno

existente estaba en el apogeo de los honores y la

prosperidad. En su calidad de Presidente del Consejo

ocupaba el primer puesto entre todos los lores tem–

porales. Como principal secretario de Estado, era el

individuo más activo

y

poderoso del Gabinete. Podía

espetar alcanzar muy pronto un ·nucado. Última–

mente había obtenido la Jarretiera que llevara el bri–

llante y versátil Buckingham, quien después de ha.

ber derrochado una fortuna c;l.e pl'incipe y malgastado

su vigorosa inteligencia, había muerto abandonado,

despreciado y con el corazón lleno de desenga–

ños (1). El dinero, que á los ojos de Sunderland valía_

más que los honores, llovía sobre él en tal abundan–

cia, que con regular g·obierno podia espe'rar ser en

muy pocos años uno de los más

rico~

vasallos de

Europa. Los sueldos de sus empleos, aunque de gran

consideración, eran parte muy pequeña de lo que re–

cibía. Sólo de Francia sacaba un sueldo regular de

seis mil libras anuales, además <le grandes gratifica–

ciones. Había vendido

á

Tyrconnel, por cinco mil

libras anuales ó cfocuenta mil de una vez, el go–

bierno de Irlanda. Las cantidades que recibiria por

la venta de empleos, títulos é indultos, sólo por con–

jeturas se pueden 0alcular, mas deben haber sido

enormes. Jacobo parecía complacerse en cargar de

riquezas al que consideraba: como su neófito. Todag

las multas, todas las confiscaciones iban á parar á

Sunderland, y por cada coucesión se le daba un tanto.

Si algún pretendiente se aventuraba

á

pedir por

i

1

(1)

Gaceta de Londres.

abril 25

y

28. 1681.