222
LORD l\IACAULAY.
Pero aun cuando este hecho no estuviera demostrado,
todavía quedaría en pie un argumento bastante po–
derÓso á decidir la cuestión. ¿Qué motivos tenia Sun–
derland para desear una revoluCión? Bajo el Gobierno
existente estaba en el apogeo de los honores y la
prosperidad. En su calidad de Presidente del Consejo
ocupaba el primer puesto entre todos los lores tem–
porales. Como principal secretario de Estado, era el
individuo más activo
y
poderoso del Gabinete. Podía
espetar alcanzar muy pronto un ·nucado. Última–
mente había obtenido la Jarretiera que llevara el bri–
llante y versátil Buckingham, quien después de ha.
ber derrochado una fortuna c;l.e pl'incipe y malgastado
su vigorosa inteligencia, había muerto abandonado,
despreciado y con el corazón lleno de desenga–
ños (1). El dinero, que á los ojos de Sunderland valía_
más que los honores, llovía sobre él en tal abundan–
cia, que con regular g·obierno podia espe'rar ser en
muy pocos años uno de los más
rico~
vasallos de
Europa. Los sueldos de sus empleos, aunque de gran
consideración, eran parte muy pequeña de lo que re–
cibía. Sólo de Francia sacaba un sueldo regular de
seis mil libras anuales, además <le grandes gratifica–
ciones. Había vendido
á
Tyrconnel, por cinco mil
libras anuales ó cfocuenta mil de una vez, el go–
bierno de Irlanda. Las cantidades que recibiria por
la venta de empleos, títulos é indultos, sólo por con–
jeturas se pueden 0alcular, mas deben haber sido
enormes. Jacobo parecía complacerse en cargar de
riquezas al que consideraba: como su neófito. Todag
las multas, todas las confiscaciones iban á parar á
Sunderland, y por cada coucesión se le daba un tanto.
Si algún pretendiente se aventuraba
á
pedir por
i
1
(1)
Gaceta de Londres.
abril 25
y
28. 1681.