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LORD M.ACAULAY.

siete Prelados que habían firmado la memorable peti–

ción, Lloyd, obispo de San Asaph, y Trelawney, obis–

po deBristol, habían reflexionado nuevamente, duran–

te el tiempo de su residencia en la Torre, acerca de la

doctrina que condena la resistencia, y estaban prontos

á dar la bienvenida

á

un libertador armado . Un her_

mano del Obispo de Bristol, el coronel Carlos Trelaw–

ney, qu mandaba uno de

los

regimi ento de Tánger,

que hoy es el cuarto de lin ea , manifestó estar pronto á

sacar la espada por la religión prote tante. SeguriJa–

de análog·as se recibieron también del salvaje Kirke.

Churchill, en una carta escrita con cierta elevación de

leng uaj e, prueba seg·ura de que iba

á

cometer una ba –

jeza, declaró estar dispuesto á cumplir su deber para

con el cielo y la patria, añadiendo que ponía su honor

en manos del Príncipe de Orange.

o hay duda que

Guill rmo leyó estas palabras con una de aquellas

amargas y cínicas sonri as que tan desag-radable ex–

presión dabau

á

su rostro.

o era cuenta .suya cuidar

del honor de los otros, ni el má, rígido casuista ha

declarado culpable la conducta de un general que

invite, haga uso y premie los servicios de desertores

á quienes no puede menos de despreciar (1). Sidney,

. cuya situación en Inglaterra habla ll eg·ado

á

ser peli–

grosa, trajo la carta de Churchill, y habiendo tomado

muchas precauciones para ocultar el objeto de su

viaje, pasó

á

Holanda

á

mediados de agosto (2). Por

este mi mo tiempo, Shrewsbury y Eduardo Russell

atravesaban el mar de Alemania en un barquichuelo

que habían alquilado con gran secreto, y se presenta–

ban en el Haya. Sbrewsbury llevaba doce mil libras

que babia obtenido hipotecando su hacienda, y las

(1) Burnet,

1,

765; la carta de Churchill es de 4 de agosto de 1688.

(2¡

Gui llermo

á

Bentinck,

agosto 17 (21), 1688.