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LORD MACAULAY.

apresuró á vender

á

la corte su frente de bronce

y

su

venenosa lengua. Prestóle su ayuda Chiffinch, que

estaba acostumbrado

á

se

rvir de intermediario en in–

fames contratos de

toQ.as

clases. Babia dirigido mu.:_

chas intrigas amorosas y políticas, pero seguramente

no prestó nunca á sus amos más escandaloso servicio

que cuando introdujo á Jeffreys en Whitehall. Pront<>

encontró protector el renegado en eI duro

y

venga–

tivo Jacobo, pero siempre fué mirado con despreci<>

y disgusto por Carlos, cuyas faltas, si bien grandes.

no tenían la menor afinidad con lR\_Crueldad y la in–

solencia.

«Ese

homb1·e-decía el Rey-no

tiene c-ultwra,

ni inteligencia, ni -modales,

y

es más desvei¡¡onzado que diez

t:unantes callejeros»

(l).

in embargo, pronto iba á haber–

tarea que no era para confiada

á

quien tuviese la me–

nor veneración á las leyes ó fuese capaz de sentir el

rubor de la vergüenza,

y,

g racias á esto, Jeffreys, á

la edad en que un abogado se considera feliz si tiene

á su cargo una buena causa, era presidente del Tri–

bunal Supremo.

Sus enemigos no podían negarle alg unas cualida–

des de gran juez, pues aunque su conocimiento de

las leyes no iba más allá de lo que la práctica le ha–

bía enseñado, poseia cierta habilidad que, á través

del embrollo y laberínticos sofismas, le mostraba con

toda claridad el verdadero punto de vista de la cues–

tión. Muy raras veces, sin embargo, se hallaba en

pleno uso de tan precio;;a facultad, pues aun en las

causas civiles, su malévolo y despótico carácter des–

ordenaba continuamente su juicio. Entrar en su Tri-·

bunal era entrar en la guarida de una fiera que nadie

podia domar, y que lo mismo se irritaba con las cari-

(1) Puede verse esta frase en muchos libelos de la época. Tito–

Oates nunca se cansaba de citarla. Véase su

Elxw~

BcxatAtxT¡.