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LORD MACAULAY.

donde se vendían, consultándolos en ellas, viéndose

por esta causa muy concurridas de lectores las

inme~

diatas al cementerio de San Pablo, cuyos due ños, so–

bre ser ricos y generosos, extremaban su benevolen–

cia prestando

á

los conocidos aquel ejemplar que

pedian para llevarlo

á

su casa. Y como en el campo

no tenían los aficionados este recurso y cada cual

debía comprar el libro que deseaba leer, la carestía y

la

dificul tad en proporcionarse la obra conspiraban

en

daño de la ilustración general del pal (1).

XLV.

EDUCACIÓN DE LA MUJERES.

¿Qué decir ahora del estado intelectual de las muje–

res, siendo el de los hombres tan precario,

sino

que Ja

biblioteca de las damas constaba olamen te de un

li–

bro de rezo y

otro

de cocina?

'o estará demás añadir

que con er triste y solitaria la exi tencia de las se–

ñoras que residian en el campo

y

muy escasa y

limi–

tada su in trucción, nada perdían con vivir rústica–

mente, pues aun las mujeres nacidas en aquellas

esfera oca ionadas al desarrollo de la inteligencia y

que habitaban en Ja capital misma del reino, erau

tan ignorantes que bien podemos calificarlas de ha -

berlo sido mas que cuantas fueron desde la · poca del

(l) Cot.t.6n parece indicar en su

A no/e~

que su biblioteca estaba

~olocada

en el hueco de una ventana,

y

eso que era lit.eral.o.

Cuando Franklin fué

á

Londres no se conocian los gabinetes de

lectura,

y

acudian los aficionados

á

las librerías del barrio de

L1t.1le-Britain, como dice R. ·ort.b en la

Vida

de su hermano Juan.