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LORD MACAULAY.

gua de las clases más elevadas de la sociedad y de la

diplomacia, y había cortes en las cuales Príncipes

y

magnates la empleaban con m@jor acierto que no la

suya propia, sucedió que, aun cuando los Ingleses no

fueran tan serviles imitadores de la moda, tal vez por

ser instintivo en ellos resistir las novedades del conti–

nente y amar con exceso la originalidad en todo, rin–

dieron también tributo á la supremacía literaria de

sus vecinos, por más que parecieran hacerlo mal de

su grado y que lo hicieran en realidad torpe y tosca–

mente. Cayó con esto en desuso el dulce

y

melodioso

toscano, tan familiar á los palaciegos

y

damas de la

corte de Isabel, y mientras los caballeros que citaban

á Horacio

ó

á Terencio en la buena sociedad eran re- ·-.

putados de pedantes é indigestos eruditos, salpicanr

la conversación de palabras y frases francesas constit i–

tuía la mejor probanza de talento y aptitud literariria

y

filosófica

(1).

Bien será decir, no obstante, que ponr

efecto acaso de las nuevas reglas de crítica y de los

nuevos modelos impuestos por la moda, desapareció

de la poesía ing·lesa la fingida ingenuidad que tan

mal efecto hacía en los versos de Donne, y de la cual

no se vió del todo libre Cowley tampoco, tornándose

la prosa clara y fácil, más ocasionada que antes á la

controversia y á la narración, y menos majestuosa,

grave, artísticamente ligada, sonora

y

agradable que

la de tiempos anteriores; siendo esta influencia de los

preceptos franceses tan decisiva entre los poetas

y

prosistas de Inglaterra, que hasta sus grandes maes–

tros en el arte difícil de bien decir hacian alarde sin-

(l) Dice Butler en una sátira penetrada de grande amargura:

•Porque, aun cuando salpicar la conversación de palabras griegas

y

latinas sea toda la retórica de los pedantes, hablar el francés es

cosa meritoria.•