REVOLUCIÓN DE INGLATERRA.
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ejercer estos autores en las costumbres de la época,
no lo fué tanto como pudo haberlo sido á presentar
más veladas las muestras de su depravación: que sir–
Yieron la pócima tan torpe y groseramente, que muy
luego rechazó con asco el público la copa. Ni tam–
poco debía suceder de otra suerte,. pues ninguno de
aquellos escritores conocía el arte de asociar las imá
genes del placer ilícito con los sentimientos elevados
y nobles, ni sabía que basta la misma voluptuosidad
ha menester para serlo de cierto decoro; que los ro–
pajes pueden agradar más que la desnudez, y que
más fuertemente se impresiona y excita la imagina–
ción por medio de tonos y de veladuras que la saquen
fuera de sí, haciéndola vag·ar, que merced á groseras
descripciones de realismo brutal que la dejen pasiva.
Invadió, pues, la reacción antipuritana la literatura
del reinado de Carlos Il casi totalmente; mas no es
en ella tanto como en el drama cómico donde halla–
mos la quinta esencia de su espíritu. Porque los tea–
tros que cerraron los fanáticos en la época de su po–
der, se vieron poblados de inmensa muchedumbre
al abrirse do nuevo, atrayendo al público, no sólo ·el
ansia de satisfacer el comprimido deseo, sino es tam–
hiéu las novedades y seducciones tan eficaces que se
añadieron á las antiguas, y entre las cuales merecen
mención especialísima el aparato escénico, los trajes
y decoraciones, que si en nuestros días podrían pa–
recer mezquinos y ridículos, se antojar\an poi· todo
extremo brillantes á los hombres que iban los prime–
ros años del siglo xvn
á
tomar asiento en los sucios y
desvencijados bancos del teatro de la Esperanza, ó
bajo el techo de bálag·o del teatro de la Rosa.
Y
como
á la fascinación del arte se unió la del bello sexo, re·
cibió la juventud con emoción desconocida de los
contemporáneos de Sbakspeare y de Johnson las lá-