vida secular, está determinada por ciertos
caracteres predominantes en los
colZas.
La
marca
en la época incaica y la ciudad du–
rante la dominación hispana, ofrecen cier–
tas constantes que se manifiestan, igual–
mente, en la etapa republicana. ¿A qué
factores tendrá que atribuirse la particula–
ridad de que sus habitantes posean deter-
La famosa comunidad de los collanas.
minadas cualidades? El substrato de la po–
blación ha sido siempre aymara. Existe, en–
tonces, un predominio de la sangre que se
manifiesta, a la vez, en las ·expresiones es–
pirituales. Lo determinante en el pueblo,
considerado como .un todo social, es la he–
rencia. ¿Posee el aymara virtudes que lo
muestr·en como a un elemento humano ca–
paz de imponer su idiosincrasia aun opera–
do el mestizaje y actualmente, en que no es
posible referirse a una población homogé–
nea? Hombre que debió enfrentarse, desde
que inició su marcha evolutiva, a condi–
ciones difíciles del medio, encontró en el
trabajo -en el tra,bajo esforzado-, su
mejor disciplina para poder subsistir y
pervivir. Lo organizó en aquella manifes–
tación, no sólo de contenido social sino
moral, que involucra el trabajo comunita–
rio o cooperativo. Con su avecindamiento
en la hoyada y con su
persev~rancia
-otra
virtud no menos valiosa-, determinó la
existencia de esta ciudad. Es pues, propia–
mente, su fundador. La inclinación natural
por el trabajo y esa modalidad de hacer
de él, no una pesada carga, sino una ac–
tividad ritual
y
hasta cierto punto d·epor–
tiva, hizo brotar en su conciencia, fuera
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del sentimiento de solidaridad, el impera–
tivo de su libertad.
Distínguese el
colla
de esta comarca
por su rebeldía, por su decisión d-e vivir
libre, así como por su espíritu justiciero.
¿Cómo llegó a adquirir esta fisonomía es–
piritual no generalizada? Las virtudes se
adquieren comenzando por la propia libe–
ración. Son impulsos purificadores, catár–
ticos, tanto más logrados cuanto más ad–
versas sean las circunstancias que se opon–
gan a la voluntad humana. Es evidente que
los hombres en todas las latitudes tienen
este imperativo esencial de subsistir. Em–
pero, no siempre persisten en estas contra–
posiciones victoriosas. La vida, que no es
sólo el tránsito temporal ni lo puramente
vegetativo, debe ser vivida en su auténtica
expresión, es decir, sublimada en el orden
moral, que en lo colectivo equivale a la
común apetencia de vivir en libertad. Y no
siendo extraño que existan pueblos que to–
leran ser dominados o subyugados, por
contraste, hay otros que no aceptan nin–
guna servidumbre.
En el modo de ser del aymara encontra–
mos estos otros rasgos como propios: su
sobriedad, su estoicismo y una espontánea
inclinación solidaria cuando se trata del
bien común. Esto último patentiza que po–
see responsabilidad, y así se explica que
valorice la libertad. Desde que se consti–
tuyó como puebl-o en la cuenca, fué avizor
de su
ind~pendencia.
No permitió que los
invasores del lncario lo doblegasen y,
frente al conquistador español, en cuanto
pudo, opúsole el temple de su rebeldía de
firmes arranqu·es varoniles. En la forma–
ción de esta personalidad colectiva, debe
considerarse el proceso en el cual se tem–
plaron sus virtudes. Descúbrese, ·en tal pro–
ceso, el influjo de la sangre así como la
fuerza conformadora de la tierra. Pueblo
en cuya trama prehistórica figuran linajes
aymaras, pueblo andino, serrano, se ha
constituído, con el acopio de generaciones
que protagonizaron una cultura, en un
mundo geográfico donde la naturaleza se