ta, que penetra las cosas con los ojos te–
rrenos, pero que también sabe ver con los
ojos del espíritu. Hombres con alas; ojos
con alas: para vencer el tiempo, para ver
más allá de las rudas realidades de la vida
corriente. Tales son nuestros símbolos ex–
celsos.
Nosotros, los contemporáneos, con más
o menos caudal de sangre indígena; ellos,
los descendientes del cruce de sangres, los
mestizos; los de más allá, los mestizos de ·
mestizos y los indios, todos, somos hijos de
esta tierra, de esta ciudad que, como nin–
guna, tiene su heráldica en la naturaleza.
¿Qué fuerzas obscuras retienen a quien
llega a esta oquedad, en afanes trashuman–
tes, o como viajero que la curiosidad o el
azar le hizo venir? Lo cierto es que, gentes
de otras regiones patrias o de distintas re–
giones americanas, o los d·escendientes de
abuelos y padres que aquí se avecindaron,
llegan a sentirse como sus propios hijos.
¿Es el poder del Ande? ¿Es que aquí se
ofrece un clima a la vida donde, realmen-
te, hay ausencia de orgullo y de egoísmos?
Tal vez viejas reminiscencias, tal vez be–
nignidades que nosotros, los oriundos, no
descubrimos. En la biología de esta ciudad
india, mestiza y cosmopolita, se viene cum–
pliendo la visión de un profeta de sangre
azteca: es una matriz de aquella "raza
cósmica", también s.oñada por los huma–
nistas.
Éste es el origen de La Paz, la
marca
que los españoles encontraron silenciosa,
rústica, laboriosa, pero huraña y conc·en–
trada en sus propios sentimientos. Al po–
ner en ella la cruz y difundir su habla, la
conectaron con España y el mundo cristia–
no. Desde siempre han sentido sus hijos
las hondas raíces maternas. No puede de–
cirse que sea otra, en este siglo, si su pa–
sado estuvo siempre presente, y será en lo
futuro lo que comenzó siendo: álmácigo de
hombres libres, portadores de ideales, hom–
bres con vocación para las grandes reali–
zaciOnes.