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Ahora abominan de él, lo denigran, lo ca–

lumnian, lo combaten sañudamente. Y

él~

solitario, bebe del amargo cáliz de la injus–

ticia.

Para exacerbar la oposición, políticos

hábiles han aleccionado a porciones de ciu–

dadanos que se estacionan amenazadores

y, para salvar las formalidades constitucio–

nales, se reúnen tres congresos extraordina–

rios de corta duración en 1935; un ordina–

rio el mismo año, y, nuevamente, otro extra–

ordinario, en 1936.

Reabierto el ciclo militarista con la revo–

lución de 1936, en la presidencia del co-

El Con¡rreso Nacional de 1905.

en las puertas del-Congreso. La grita es in–

contenible, dentro y fuera del recinto, lo

que determina al presidente a suspender la

sesión ante la imposibilidad de imponer el

orden. La muchedumbre, envalentonada_por

la pasividad de las autoridades, cierra el

Parlamento con herraduras

y

carteles inju–

riosos

y

obliga a los parlamentarios a bus–

car refugio en el

saló~

municipal, donde

prosigue el acto interpelatorio, con mayor

violencia.

Derrocado Salamanca por un motín mi–

litar en Villamontes, asume la primera ma–

gistratura el vicepresidente Tejada Sorzano,

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ronel Germán Busch, se reúne la Convención

de 1938 durante 158 días. A pocos meses

de su receso, una tarde de 1938, inespera–

damente, adviene otra dictadura. Busch

cierra el Parlamento por intermedio del

capitán Jaime Saavedra, jefe d·e policía en–

tonces. En su manifiesto al país, el flaman–

te dictador habla de la hora grávida, de su

deber de moralizar los organismos vivos de

la nacionalidad, etc. Y así, una vez más,

la representación nacional queda silencia–

da. Nadie se atreve a protestar. Apenas si

cuatro o cinco convencionales suscriben un

manifiesto, en el que no hay la gallarda