no sé qué aire misterioso recordaba el es–
cenario de sangrientos episodios: allí Mu–
rillo, el precursor, suspendido por la cuer–
da del v·erdugo, pagó el gran tributo, con
la profecía sagrada en los labios, cuando
los poderosos, enceguecidos y locos de po–
der intentaron inútilmente acallar la voz
de los libres; ahí fueron sacrificados iner–
mes ciudadanos al furor demoníaco de Yá–
ñez; allí murieron tantos, unas veces por
la libertad y otras por el crimen ...
Al sudeste, estaba el
Loreto.
Componíase
de una sola nave cuadrilonga y "tenía a
la entrada una galería suspendida para
servir de coro; al fondo, sobre el costado
derecho, abrías-e la pieza destinada a la
sacristía, la cual comunicaba con un patio
interior pequeño" (Luis S. Crespo).
El Loreto había servido algunas veces de
salón universitario y otras de recinto par–
lamentario. Construído en 1710 por los pa–
dres de la Compañía de Jesús, ocupaban
una manzana
-el
templo y el convento. Eso
fué por espacio de cincuenta años, al cabo
de los cuales fueron expulsados los jesuítas.
El local pasó a ser del colegio Seminario;
mas, a poco, fué clausurado. Sus comparti–
mientos sirvieron para alojar presos polí–
ticos y en ellos se desarrollaron tantos epi–
sodios históricos y brutales: ahí se consumó
la bárbara asonada al Congreso de 1872,
cuando el coronel Daza lo profanó con una
banda de música; ahí fueron investidos del
poder supremo Belzu, Achá, Morales, Frías,
Adolfo Ballivián, Daza, Arce y Campero.
LAS MATANZAS DE YÁ¡qEz
Pero na,da le dió tan triste celebridad co–
mo las ejecuciones del 23 de octubre de
1861, ordenadas por el comandante Plá–
cido Yáñez, que creyó cumplir sus d·eberes
de autoridad descabezando a los belcistas.
Guardaban prisión en el Loreto unos cin–
cuenta políticos, entre ellos el ex presiden–
te Córdoba, Francisco de Paula Belzu
-hermano de Manuel Isidoro-, don Pe-
dro Espejo, el general Juan Crisóstomo
Hermosa, Calixto Ascarrunz, Mariano Cal–
vimonte, Luis Valderrama, Lorenzo Vega,
.José ·María Tórrez, Hermenegildo Clavijo,
José Agustín Tapia y otros.
Era pasada la medianoche. Yáñez diri–
gióse al Loreto, con expresión diabólica,
saltados los ojos de las órbitas, contraídos
los puños, como poseído de fiebre de ex–
terminio.
-¡Fuego! . . . ¡Fuego! . . . -gritaba lo–
co de furor.
Y todos eran acribillados en el orden
que Yáñez pronunciaba sus nombres. Se ]os
mataba uno por uno, de manera que cada
víctima presenciase la inmolación de su
compañero y sinties.e el horror de la muer–
te. "Unos en camisa, se ponían de rodillas
implorando misericordia" (P. Cáceres Bil–
bao). "En medio de aquella confusión y en
la prisa de matar, los soldados herían mal
y atormentaban bárbaramente a las vícti- ·
mas. Vióse entre ellas al Tcnl. Valderrama
levantarse después de herido y correr de–
sesperado por la plaza, pidiendo a gritos
la vida ... " (R. Sotomayor Valdez).
En ese fatídico lugar s-e edificó el actual
Palacio
~el
Cnngreso. En los .primeros años
ornábale una hermosa torre plateada, que
era la parte más culminante de los edificios
de la ciudad,
.:y
en la cúspide, cuatro es–
f.eras de reloj.
Erguíase el templo de las leyes como un
orgullo arquitectónico. Las horas marcában–
se sonoras en la cúspide, atalaya urbana.
Reverberaba majestuosa la plateada torre,
hasta que unos ingenieros comprobaron que
tenía alguna inclinación que, además de
constituir un peligro, comprometía la segu–
ridad del edificio y fué preciso transfor–
marla en la cúpula bronceaaa que hoy co–
rona el edificio, más a tono
p~r
su seme–
janza capitolina.
Ciento treinta
y
siete Congresos ordina–
rios y extraordinarios, Convenciones y
Constituyentes han habido hasta la fecha.
De ellos 97 se reunieron ·en La Paz; 31 en
348