dad, su talento, todo fué puesto al servicio
de los altos intereses nacionales. A la
muerte del presidente Morales, se empeñó
y consiguió salvar las instituciones, en mo–
mentos de congoja nacional y de caos po–
lítico.
Bosque fué uno de los hombres públicos
más eminentes de la vida política boliviana.
La austeridad de su vida, su trayectoria in–
tachable en el ejercicio de la función pú–
blica, la limpidez de su alma, le valieron
el respeto y la veneración de sus conciuda–
danos.
Cuando la bárbara asonada de Morales
al recinto parlamentario, sólo quedaron en
sus puestos, como ejemplo de gallardía y
valor civil, el presidente Juan de Dios Bos–
que, Tomás Frías, Napoleón Dalence, y, a
poco, Mariano Baptista, calado el sombre–
ro hasta las orejas. Advertido de esta irre–
verencia, el joven tribuno respondió con
viveza:
-¡Bien puesto está! Yo no soy diputa.–
do, porque la Asamblea ha sido disuelta y
escarnecida.
Y Bosque, majestuoso en su porte sacer–
dotal, exclamó al retirarse:
-Protesto no volver a este recinto ...
· Y se fué con la amargura de ver otro
déspota, cuando la esperanza nacional anun–
ciaba un radiante sol de libertad.
EvARISTO VALLE (1810-1874). Era uno
de los caracteres más íntegros e incorrup–
tibles, a juicio de René Moreno. Unía a su
probidad un ejemplar renunciamiento a los
halagos y se distinguió por su gran valor
civil para afrontar a los usurpadores del
poder.
De gran energía, no obstante su aspecto
risueño; su voz era cadenciosa, "su mirada
viva
y
penetrante". Diputado en muchas
legislaturas, su palabra tenía verdadera
autoridad, porque además de su vasta ilus–
tración, esa autoridad radicaba en la pasión
por defender la verdad y la justicia. Impe–
tuoso opositor a las sangrientas medidas
del terrible consejo ejecutivo de 1850, nom-
brado poco después del atentado contra el
presidente Belzu en el Prado de Sucre, Va–
lle fué arrancado de la Cámara por la vio–
lencia d·e los sayones.
Nunca amei\:,VUÓ su altivez, y en trances
como ése, en que su vida estaba a merced
de una ord,en de Téllez, el implacable pre–
sidente de aquel consejo, el parlamentario
paceño mantuvo su serenidad y hasta una
ironía que resultaba ciertamente peligrosa.
Contaba entonces cuarenta años y estaba
en la culminación de sus entusiasmos ora–
torios y de sus virtudes cívicas. Sacáronlo
aparatosamente del salón de sesiones, y
cargado de barras y grillos lo llevaron a la
prisión, junto con el infortunado Manuel
Laguna, presidente del Senado, ejecutado
pocos días después.
El coracero que cargaba a Valle, sentía
fatiga por el peso y dió muestras de ese
cansancio, exclamando: -¡Pesa usted mu–
cho señor!-, circunstancia que aprovechó
el prisionero para decirle entre s·evero y
festivo:
"Soldado: acuérdate de esto para decir
a la posteridad cuánto pesa un diputado
liberal".
Amigo del dictador Linares, colaboró en
su gobierno y su actitud fué gallarda y leal
:frente a las viarazas de los "golpeadores",
es decir, los que habían traicionado a su
jefe el 14 de enero de 1861. La palabra de
Valle lució elegante y rotunda. Defensor de
la v·erdad, hizo el panegírico del gran pros-
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