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aprovechar una situación de bonanza en la

explotación de sus riquezas y la creación

de nuevas fuentes de recursos; Melgarejo

significó el freno y el fracaso en aquella

época, como Daza representaba la derrota

y el enervamiento de las energías creadoras

del pueblo.

ESCORZO DE CIUDAD Y GOLPE DE GUERRA

Dejemos al general Daza, dueño de los

destinos nacionales, sin visión y sin talen–

to de estadista, entregarse a un frenético

goce del placer de ser gobernante. Volva–

mos los ojos a La Paz, para asistir a sus

empeños. La municipalidad adquirió su jue–

go institucional. El ejecutivo concedió el

local del Colegio Ayacucho al doctor Félix

Reyes Ortiz, para el Ateneo de Enseñanza

Superior y Secundario y al señor Benjamín

Fernández, el del Colegio Junín, también

para instrucción media; y la antigua casa

de la Moneda, clausurada por Linares y em–

pleada algunas veces como cuartel, se la

destinaba al Ateneo Industrial. Por su par–

te, la Municipalidad restableció varias es–

cuelas; creó

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nuevas, incluyendo una en

Obrajes y dos para zonas indígenas, y con

una comisión hizo preparar un Código Mu–

nicipal de Instrucción Primaria. Reconoció,

además, subvenciones a los planteles par–

ticulares.

El alumbrado de gas era deficiente. Las

velas y los faroles en las esquinas no desa–

parecieron todavía. Se gastaba en gas, al

mes, 1.600 bolivianos. La antigua ciudad,

pequeñita y estrecha, se había extendido,

creando nuevas necesidades. Se empleaba

entonces 16.936.80 bolivianos para ampliar

con

300

luces de gas, el alumbrado noctur–

no.

Notábase un renacer en la tarea de me–

jorar las calles, las zonas de paseo, los hos–

pitales, las fuentes públicas, los puentes, el

ornato público, etc. En algunas iglesias se

construían nuevos altares. En San Sebas–

tián, se procedió a un arreglo general del

edificio.

Se reunió una asamblea constituyente,

que aprobó los actos del gobierno de facto,

dictó la 101J Constitución y nombró presi–

dente a Daza. Era el camino habitual des–

pués de cada golpe de Estado. Consideró y

aprobó, entre otras, "la ley de transacción"

imponiendo que la compañía explotadora

de salitres pague diez centavos por quintal

exportado. Éste fué el pretexto y la opor–

tunidad que esperaba Chile para iniciar la

guerra de conquista, puesto que, para esta

empresa, había venido alistándose desde

que se suscribió la alianza peruano-bolivia–

na. Dejaremos de lado los antecedentes y las

circunstancias que movieron el brazo chi–

leno. La ciudad de La Paz celebraba el car–

naval de 1879, con cierta nerviosidad, deri–

vada de la realidad internacional. Una ver–

dad reconocida por todos fué que el país

no estaba preparado para la lucha armada,

no obstante de que la alianza de 1873 debió

haber encaminado la obra de los gobiernos

--como quiso Adolfo Ballivián- a prever

la defensa y a tender vías de comunicación.

No era la oportunidad de las acusaciones

tardías, sino de los hechos. Con ellos se en–

caró el pueblo, que intuía la presencia de

la tragedia. Cuando Daza recibió la noticia

de la toma de Antofagasta, guardó el t·ele–

grama, porque no quería interrumpir los

regocijos palaciegos. Tuvo que pasar el

Carnaval para que el pueblo conociera aquel

documento.

El 27 de febrero se efectuó en La Paz

un mitin de protesta contra la agresión chi–

lena. Salió a las calles, sin excepción, el

pueblo, y en la plaza expresó su voluntad

de responder al desafío, d·e asistir a la cita

de sangre. Esparcida la noticia por las pro–

vincias, llegaban a la ciudad legiones de

voluntarios. Pero la guerra no sólo está he–

cha de discursos y frases grandilocuentes.

El Concejo Municipal acometió la organi–

zación de servicios de enfermeros, camille–

ros, hospitales; demandó la cooperación

del Obispo, a fin de que en la obra ayu–

daran seglares, monjas y legos.

Los cuarteles de La Paz se llenaron de

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