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yungueños más importantes, estaría ame–

nazando atacar la ciudad. El coronel Abe–

leira, enviado por el Gobernador Landave–

ri, jamás pudo alcanzar a Lanza,

y

tuvo

que regresar a la ciudad. El mismo Abe–

leira d·errotó e hizo prisionero al cura don

Ildefonso de las Muñecas, uno de los más

valientes

y

esforzados guerrilleros, que rin–

dió su vida, bárbaramente asesinado por la

espalda en las proximidades de Guaqui.

Para castigar a los actores del 28 de

septiembre de 1814, el Virrey del Perú

envió a La Paz, con el cargo de Gobernador

intendente, al brigadier Mariano Ricafort,

sujeto anormal, sádico, que se posesionó

del cargo el 26 de octubre d·e 1816, ocasión

en la que pronunció su famosa frase: "En

La Paz no he de dejar más tesoros que

lágrimas", como único programa de go–

bierno, frase que por sí sola define la

situación creada a partir de aquel mo–

mento.

Asociado con el no menos sanguinario

Carratalá, presidente de su consejo de gue–

rra, implantó una época de salvaje terror

que hizo enmudecer a la población. Sitio

permanente, horca

y

cuchillo, fusilamien–

tos

y

descuartizamientos, palo

y

látigo has–

ta para las mujeres

y

niños, crecidas con–

tribuciones forzosas; tal fué el sistema de

gobierno de este clásico representant-e del

despotismo españoL

Fueron fusilados por la espalda, ama–

rrándolos a las columnas de la casa del

Cabildo, Joaquín Leiva, Manuel Paredes,

Tiburcio Guarachi, Valentín Oré, Vicente

Velacopa, Sebastián Castillo, Vicente Cho–

canati, los Mamani, Condori, Quispe, los

Manrique, Celis, Murillo, Jiménez, etc.,

llegando a 83 las víctimas sacrificadas por

el feroz Ricafort, quien, tal vez saciado en

cierta forma de sangre de paceños patrio–

tas, quiso dedicarse también al robo. For–

mó listas de contribuciones forzosas, cuya

suma debía ascender a 400.000 pesos.

La orden impositiva

y

perentoria estaba

conc-ebida en estos términos: "En el plazo

de ocho días (veintidós al treinta de sep-

tiembre). entreguen bajo de recibo en di–

nero efectivo, oro quintado al precio de ley,

barras y plata labrada, en inteligencia de

que

no se admitirán peticiones de espera ni

recursos de clase alguna que entorpezcan

el pago

y

bajo el apercibimiento de que sin

excepción de

per~onas

ni corporaciones.

contemplación ni disimulo,

tomar~

para con

los morosos providencias que les serían más

sensibles de lo que me sé valerme de toda

clase de medios, para evacuar mi comisión

y

hacer cumplir mis preceptos".

Quienes no pudieron cumplir con la ter–

minante requisitoria, fueron fusilados sin

contemplación, en sus propias prisiones o

en la plaza pública.

Ricafort abandonó la ciudad de La Paz

el primero de febrero de 1817, sucedién–

dole en el gobierno don Juan Sánchez

Lima, cuya obra urbanística y de ornato se

ha referido en otro lugar; pero eso no le

impidió organizar y destacar muchas divi–

siones como la del coronel Peredo, en 1818,

la del coronel Ramírez, en 1820,

y

la del

general Jerónimo Valdez, contra el invenci–

ble general Lanza, que actuaba con singu–

lar brío y denuedo en los valles de Lare–

caja, en los Yungas, en las montañas de

lnquisivi

y

Ayopaya.

Un grave desorden provocado por mes–

tizos e indios de los suburbios de la ciu–

dad, capitaneados por José Balderrama,

intranquilizó a la población en la madru–

gada del 6 de s·eptiembre de 1823. Los

sublevados atacaron disparando nutrido

fuego y a hondazos. El centro de esta aso–

nada constituyó el barrio conocido con los

nombres de Caja de Agua (hoy inmedia–

ciones del Parque Riosinho) y Karkantía,

algunas de cuyas casas empezaron a ser

saquiadas e incendiadas por la turba, lo que

ocasionó algunas víctimas.

La oportuna presencia del virtuoso sa–

cerdote paceño Hipólito María Velasco, an–

tiguo fraile agustino y distinguido predi–

cador, que por esos días llegó de la ciudad

de Arequipa, vino a conjurar el peligro.

El padre Velasco se presentó de pront()

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