mingo Murillo". ("La glorificación de los
restos de Murillo y Sagárnaga".)
OTROS EPISODIOS DE LA GUERRA DE LA
INDEPENDENCIA EN LA PAZ
A los cinco meses apenas del sacrificio
· de Murillo, llegó la noticia de la revolución
del 25 de mayo de 1810, en Buenos Aires,
de cuyo virreynato queda desligada la pro–
vincia de La Paz, la que pasa desde ese
momento a integrar el del Perú.
El 18 de diciembre de 1810, bajo las
órdenes de don Bartolomé Guzmán, entró
en La Paz una división del ejército vencedor
en los campos de Aroma, permaneciendo en
la ciudad varios días, en los que engrosó sus
filas con numerosos voluntarios.
En medio del regocijo general y de en–
tusiastas aclamaciones, hizo su entrada el
primer Ejército Auxiliar Argentino, coman–
dado por Juan José Castelli, Balcarce y
Díaz Vélez. Al primero se le proporcionó
alojamiento en el Palacio Episcopal donde
fué objeto de calurosas manifestaciones de
aprecio. Quién sabe valiéndose de qué me–
dios, Tristán; tan felón como su primo Go–
yeneche, obtuvo de Castelli que le confirma–
ra. en la gobernación de la ciudad. Entre lo
más granado de la juventud de La Paz se
organizó un escuadrón de caballería, qu·e,
bajo el comando de don Clemente Diez de
Medina, se incorporó al Ejército Auxiliar
Argentino.
Cuando Diego Quint Fernández Dávila
mandaba la ciudad como gobernador in–
tendente, la chalada y la indiada de La Paz
se alzaron, el 29 de junio de 1811, capita–
neadas por Bernardo Calderón y Ramón
lrusta, entregándose al saqueo y otros des–
órdenes que habrían adquirido mayor gra–
vedad sin la oportuna presencia de don
Francisco del Rivera, que, llegando de Via–
cha, impuso el orden en la ciudad. Con tal
motivo, La Paz sufrió un segundo
c~rco
de
indios, casi con los mismos episodios y las
mismas características o modalidades del
año
1781.
Como una sanción impuesta a la entere–
za y heroísmo de los pueblos del Alto Perú,
que se decidieron íntegramente por la cau–
sa de la libertad, ·en una guerra de monto–
neras o de guerrillas, haciendo de cada ciu- .
dad un centro de conspiración y de cada
valle o quebrada una republiqueta en la
que se peleaba incansablemente por la
El sueño de Murillo. (Óleo del pintor A. Nogalos).
emancipación americana y por la democra–
cia, el bárbaro virrey Abascal qrganizó
una fuerza de cuatro mil fusileros y trein–
ta mil indios bajoperuanos, que lanzó con–
tra el territorio altoperuano, a las órdenes
de Mateo Pumakahua, cacique de Chinche–
ros y
coronel de milicias de los ejércitos
del Rey,
ascendido a ese grado, por su de–
cidida ayuda en la ·extinción del movimien–
to iñsurreccional de Tupac Amaru. Puma–
kahua y sus hordas, en cumplimiento de su
misión devastadora, llegaron a la ciudad
de La Paz el 11 de noviembre de 1811, y
aquí incendiaron casas, talaron campos,
robaron, violaron y mataron en los hogares
y hasta en los templos.
Por los crímenes que se cometieron y
por su salvaje crueldad, éste es el hecho
más vergonzoso y sangriento de la historia
colonial de La Paz, el que ni siquiera es
comparable a los asaltos de Toquello Will–
ca y Yana Willca, durante la dominación ·
incásica, y al cual no han querido referirse
los historiadores, quizá por pudor, o por
repugnancia a actos de desenfreno que hi-
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