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Bueno, Orrantia y el cura Medina, alistaron

prontamente tropas, con ánimo de organi–

zar entre las breñas yungueñas una repu–

bliqueta: la guerra de guerrillas.

Los dos primeros, combatiendo como leo–

nes, en el trópico, sucumbieron, acribilla–

dos a balazos, heridos con lanzas, espadas

y palos. Víctima de sádica crueldad, fueron

degollados, y enviadas sus cabezas a Goye–

neche, quien devolvió la de Lanza para que

fu-era exhibida en Coroico, pueblo de su na–

cimiento. Así sucumbieron Castro, un es–

pañol bravo de la estirpe de los conquista–

dores, y Lanza, una de las figuras más puras

de la Revolución, después de Murillo.

Don Pedro Domingo Murillo, acompaña–

do de su fiel y abnegada hija Tomasa, ca–

minaba errante, perdido entre las breñas

de Zongo. Llegó a la casa de un compadre

suyo, un tal Viscarra, y éste resultó el .Tu–

das Iscariote de la Gesta Heroica de La Paz.

Buscó a los españoles y entregó a su hués–

ped. S.e dice que fué por vengar así una real

o supuesta ofensa que Murillo le infirió

mucho antes, al haber requerido de amores

a la mujer de Viscarra.

Pérfido y falaz, Goyeneche, que había

prometido indulto a los patriotas inclusive

a Murillo, a quien I.e decía: "nada le pue–

de ser más útil ni benéfico que presentarse

personalmente", les siguió causa criminal

y, asesorado por Pedro López de Segovia,

pronunció su sentencia el 26 de enero de

1810, condenando a muerte a los patriotas

y

señalándose para su ejecución el 29 del

mismo mes.

Ese día formó el ejército en la Plaza

Mayor, en la que se l·evantaban diez horcas.

La ejecución comenzó a las nueve de la ma–

ñana. Mm·illo, como principal

campeón~

precedía a sus compañeros.

Se adelantó con paso resuelto. Miró a

la muchedumbre y pronunció sus palabras

proféticas e inmortales:

"El fuego por mí

encendido, jamás se apagará en América".

'Tal es la versión presentada por el escritor

Manuel Carrasco, quien añade: Todo el s·en–

tido y la razón de ser de su existencia se

encierra en esa bella frase. Desde el fondo

de su infortunio salta

d

prócer con un es–

corzo de león y en ese mismo instante a ser

el gran caudillo de la revolución; el cau–

dillo de la primera hora, de la última y de

siempre: es el abanderado de la libertad.

La voz de Mm·illo es el clarín que vibra

en la atalaya de La Paz, extremo norte de

Bajo la consigna de los caudillos re,·olucionarios, el

pueblo acude desde los extramuros.

las provincias unidas del sud, y se oye en

todos los ámbitos de América. Esa voz se

oye como una esperanza en todas las horas

de dolor y de injusticia, y a su conjuro se

encienden los corazones. El cuerpo inani–

mado y escarnecido del prócer se balancea

al viento en la horca, pero de ese cuerpo

salen el espíritu inmortal y la llama inex–

tinguible. Y pocos días después, como ave

fénix de alas abiertas, la frase

"El fuego

por mí encendido, jamás se apagará en

América"

llega a Buenos Aires, a Chuqui–

saca, a Lima, a Quito, a Caracas y su eco se

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