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JUUAN

SANTISTEBAN

OCHOA

titos y satisfacer sus venganzas.

En

todos sus actos, desd,e los más impor–

tantes hasta los más nimios, es la religión el motor principal de su ethos

Y

su logos, el alma de su propia cultura con la cual1 se muestra una e inconfun–

dible.

Pero la religión, que debe ser paxa el cristiqOO norma ética individual,

es para el espai\ol sociaJmente externa, imperialista; a él le toca difundir la

·religión de Cristo por la persuasión o por las armas, a todo trsmce, e impo–

nerla en el mundo; conservar su unidad luchando contra la herejÍa en Ingla–

terra y Alemania; defenderla de la invasión contra el moro de Africa. y ha–

cerla conocer e imponerla en América. El lmperium religioso consolidará

al Imperium político y lo justificará sobradamente; todo lo discutirá menos

este punto, porque es razón de su propia existencia.

Y este imperialismo religioso, esta unidad cuasi

absolut~

político-religio–

sa, esta i,ntransigencia dogmática y esta beligerancia impositiva dé la religi6n

se explica fácilmente si se

conside~a

que se ha hecho carne de su carne,

móvil de su espíritu y r:onvertido en herencia ancestral en su lucha de siete

siglos contra el usurpador de su territorio patrio y su enemigo acérrimo en

religión:

~1

árabe invasor, con qt.Iien lucha desde las cuevas de' Covadonga

paso a paso, con saña y ferocidad increíble, durante 700 años, hasta tomarle

el .último baluarte en Granada la bella, donde por primera vez se ve llorar

a un Boabdil. La Reconquista es una larga guerra. No es la lucha de dos

pueblos por un territorio simplemente, · ni Ja primapa de una dinastía sobre

otra (de las que tanto registr) la historia), sino la epopeya de dos culturas y

de dos civilizaciones que pretenden dominar él m1.1ndo: el cristianismo y el

islamismo, los occidentales europeos y los

1

semitas asiáticos; la preponderan–

cia de -la cruz contra la Media Luna; la Biblia; la Biblia y él Corán; dos pue–

blos, dos razas, dos rl;:)ligibnes en iucha implacable. He aquí por qué la Re–

conquista hace del español él patriota que rescata su suelo invadido, el sol–

dado de

la

fe vituperada, la .muralla de 1a civilización europeo-cristiana contra

las hordas fanáticas de Mahoma y sus seguidores. Desde entonces patria y

religión se confunden invariablemente para él, y cuando se troca en victoriosc1

cree tener derecho al Imperium político y espiritual del

mui:J.do,

y sale a la

aventura quijotesca de la conquista. Asi se explica pues el porque con el

mismo ardor al propio tiempo _de tomar a

Atao·W~pa

o a Moctezuma y muér·

trale .la cruz ·y

pi~otea

los. ídolos amricanos. En el momento de querer vasa–

llaje ante el rey de España, quiere también creencia en la fe de Cirsto. Por

esas dos cosas juntas ha vencido; ellas forman la esencia del imperio español.

Logran dominar a los pueblos coh poder inconfundible, porque al lado de la

fuerza bruta tuvieron

el

imperio

e~piritual.

Con razón decía de ellos Macau•

lay: "Ni en los días

~ás

gloriosos

d~

su .República por todo extremo memo–

rable, conocieron I):lelor -los romanos el arte imponente de regere imperio

populos que Gonzalo de Córdova, Pizarra, Hernán Cortez y el Duque de Alba".

De esta pasta de hombres salieron aquellos cronistas, que en la con–

quista vinieron a la América. Junto al soldado con su espada, al fraile con

la cruz, esti. el cronista' con la plwna.; es por eso que antes •de descubrirse el