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LOS CRONISTAS

DEL

PERU

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no tanto para orar o para elaborar poesía, sinG> para trabajar mejor; su praxis

le hace gran observadof

~

imitador sutilísimo; aún ahora llega. a ser buen

mecánico y buen artista. No hagáis elucubrar al indió, hacedlo trabajar,

y

si queréis filosofía en el alma india, ésta será la del dolor y su resistencia

como el que más. Invívita s¡¡ halla en su conciencia el estoicismo que hubie–

ran

querido tener para s.í un filósofo romano. Lo veréis sonreís ante la muer–

te con un desdén propio de los

1

dioses olímpicos, y jamás oiréis de sus la–

bios la más ·insignificante queja ante el trabajo abrumador, ni · aún ante la

injusticia. Por eso, es extraño a él la compasión y la caridad. No las nece–

sita, es inconmo-vible, no es raza de bronce, moldeable,

~s'

raza de piedra,

perenne ' y fuerte. ¡Cuánto energía, no aprovechada, existe en 'las virtudes

del indígena de lo'S Andesl

.

Y si

voh:~.mos

nuestra

~irada

ante el Estado Incaico, encontraremos tres.

características principales: la involución completa del individuo ante él Es–

tado, el dominio. para la felicidad y el panteísmo religioso.

Encontramos a menudo visibles falsedades acerca del gobierno de los

Incas. .Siguiendo a algunos, era un estado paradisíaco y patriarcal que nos

hace remontar el recuerdo del Paraíso perdido. No se conoce ni · la molidie,

ni la

~reza,

ni lo tuyo ni lo mío; el Inca

~s

padre que ve a sus hijos; sus

conquistas son sólo por la persuasión y. el ejemplo, las armas son. el último

recurso y si se toman victoriosos se esconden para comenzar por E?l perdón,

la dádiva y la enseñanza

al

que no sabe; todo marcha con isocronía mara–

villosa, el mundo material y el moral, apenas si se conoce la pena, porque

el delito no existe, todo lo alumbra, lo ve y lo bendice el Gran Padr-e Sol ...

El Sermón de la Montaña del buen Jesús de G-alilea estaría demás acá) la Ci–

,vita Soli o la Utopía fueron reales en este Imperio admirable. ¡Qué campo

tan casto para explotar a su gusto y sabor para los,

enemigo~

de los conquis-

tadores que vinieron, feroces y ca.tJ.allas, bandidos y renegados, nuevos AU–

las, a destruir este paraíso donde reinaron doce hombres como doce apóstoles.

Y pensar que aun hoy se enseña en nuestras escuelás, como ·el catecismo,

estas patrañas antihistóricasl

·

En el lado opuesto, y

siguie~do

a otros, encontramos la antítesis. Los In–

cas eran unos tiranos,

c~si

monstruos, que reinaron sobre hombret salvajes

y

semi-bestias, con crueldad inaudita,

y

por satisfacer su ba..ia idolatría de

creerse hijos de dioses. Sacrificadores de

hombr.es,

aqtrópófagos, sólo me- ,

recían el gobierno de déspotas que con sólo la mirada ·condenaban a muer–

te a los envilecidos súbditos; en sus conquistas no se conoció jamás lá pie–

dad, mucho menos etperdóni es el averno trasladado a la tierra, y para colmo

de

desgracias, un averno organizado llamado Imperio. jQué bendición la

de los hombres blancos, que caen del cielo' para sacarlos de su barbarie y ti–

·ranía y hacer imperar la justicia y el bien. Y también, sin escrúpulo ninguno,

en otras partes se enseñan estas calumnias y

~e

obliga a creerlas!

Es necesario reaccionar crudamente contra esta antihistoria sentimental,

dañina en sumo grado a nuestra verdadera h istoria y a nuestra propia dig-