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-76-

salir.

1 junto al torreón, vertía un

caño de oro

la frescura de sus

aguas, traídas

bajo tierra, no se

sabía de dónde.

Tal la terrible fortaleza cu–

ya posesión comenzaron a dispu–

tarse, encarnizadamente, Manku,

el valiente, e Illa ll1apa, el más

veloz de los príncipes.

Como unos pumas se embis–

tieron, atronando el espacio con

sus gritoo de guerra; poniendo a

prüeba su valor i su estrategia ..

Despu"és de brava luéha, pa–

laron el combate,

pacando los

sitiadores a Eitiados, i continuan–

do la pelea con sin igual bravu–

ra, enardecidos

los ánimos por

el fragor de la batalla, anhelan–

tes cada cual de la victoria.

Con ser un simulacro,

i

ser

las armas poco alevosas, comen–

za,ron a caer varios heridos, los

que fueron retirados para ser cu–

rados por los médicos.

De pronto en lo más recio

del combate, cayó Illa Illapa, hijo

de Auki Maita i sobrino del Em–

perador.

Acorralado, se- batió con Ja

agilidad propia de su fama; pe·

ro tropezó, i en ese istante, un

makanazo le alcanzó en la sien.

Los

jóvene~

se .habían encegue–

cido i no acertaban a moderar

sus Ímpetus.

Illa Illapa

se desplomó en

el preciso istante

en que Auki

Maita ponía fin al simulacro .

Se acercó a su hijo, que sus

compañeros

conducían

en

~us

brazos: ¡estaba muerto! .....

¡ llla Illapa

!,-

gritó, sin po·

; ~

· " ...teneT

¡¡u pesar:- ¿este fin

tan pequeño le aguardaba al hi–

jo · más bravo,

cuyo nombre le

viniera por su justísima fama? ..

.. . . ¡Blasón

de mi estirpe; mi

amor i mi orgullo

1••.•••

Pero luego

dominó su do–

lor.

i agregó,

dirijiéndose

al

Sol:

-¡Oh lnti: así lo ha queri–

. do tu gloria!. .....

Una lágrima nubló

~.us

ojos,

i fue a verterse en el cáliz de su

corazón.

Desde aquel día, Auki Mai–

ta se sintió enfermo para siem–

pre. La gloria d.e

los Hijos del

Sol, así lo requería.

La Gloria se alimentó siem–

pre de la vida de los hombres ..

Mediaba

la Tarde.

Las

bravas huestes comenzaron a en·

lrar en la gran plaza de Kolkam–

pata, llevando,

entristecidos, al

más querido de los príncipes, ya .

muerto.

Se acercaron así a su Em–

perador. Huaina Kápac, con los

brazos cruzados,

contempló un

istante al muerto

que, en cucli–

llas i sobre

un asiento de oro,

fue llevado

también

entre los

nobles.

Luego, con la diestra

f'l

al–

to, les habló con voz sonora:

-Hijos

del Sol:

príncipes

de mi sangre: habéis

probado

ser dignos de llevar en vuestros

hombros, las grandezas del Impe–

rio. Desde ahora r.óis. Aukis. Pe–

ro os encarezco

no contentaros

!:.olamente con la honra de ·lle–

var las insignias de los Hijos del

Sol, sino demostrar en toda vues–

tra vida

la justicia, la manse–

dumbre, la piedad i misericordia,