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salir.
1 junto al torreón, vertía un
caño de oro
la frescura de sus
aguas, traídas
bajo tierra, no se
sabía de dónde.
Tal la terrible fortaleza cu–
ya posesión comenzaron a dispu–
tarse, encarnizadamente, Manku,
el valiente, e Illa ll1apa, el más
veloz de los príncipes.
Como unos pumas se embis–
tieron, atronando el espacio con
sus gritoo de guerra; poniendo a
prüeba su valor i su estrategia ..
Despu"és de brava luéha, pa–
laron el combate,
pacando los
sitiadores a Eitiados, i continuan–
do la pelea con sin igual bravu–
ra, enardecidos
los ánimos por
el fragor de la batalla, anhelan–
tes cada cual de la victoria.
Con ser un simulacro,
i
ser
las armas poco alevosas, comen–
za,ron a caer varios heridos, los
que fueron retirados para ser cu–
rados por los médicos.
De pronto en lo más recio
del combate, cayó Illa Illapa, hijo
de Auki Maita i sobrino del Em–
perador.
Acorralado, se- batió con Ja
agilidad propia de su fama; pe·
ro tropezó, i en ese istante, un
makanazo le alcanzó en la sien.
Los
jóvene~
se .habían encegue–
cido i no acertaban a moderar
sus Ímpetus.
Illa Illapa
se desplomó en
el preciso istante
en que Auki
Maita ponía fin al simulacro .
Se acercó a su hijo, que sus
compañeros
conducían
en
~us
brazos: ¡estaba muerto! .....
¡ llla Illapa
!,-
gritó, sin po·
•
; ~
· " ...teneT
¡¡u pesar:- ¿este fin
tan pequeño le aguardaba al hi–
jo · más bravo,
cuyo nombre le
viniera por su justísima fama? ..
.. . . ¡Blasón
de mi estirpe; mi
amor i mi orgullo
1••.•••
Pero luego
dominó su do–
lor.
i agregó,
dirijiéndose
al
Sol:
-¡Oh lnti: así lo ha queri–
. do tu gloria!. .....
Una lágrima nubló
~.us
ojos,
i fue a verterse en el cáliz de su
corazón.
Desde aquel día, Auki Mai–
ta se sintió enfermo para siem–
pre. La gloria d.e
los Hijos del
Sol, así lo requería.
La Gloria se alimentó siem–
pre de la vida de los hombres ..
Mediaba
la Tarde.
Las
bravas huestes comenzaron a en·
lrar en la gran plaza de Kolkam–
pata, llevando,
entristecidos, al
más querido de los príncipes, ya .
muerto.
Se acercaron así a su Em–
perador. Huaina Kápac, con los
brazos cruzados,
contempló un
istante al muerto
que, en cucli–
llas i sobre
un asiento de oro,
fue llevado
también
entre los
nobles.
Luego, con la diestra
f'l
al–
to, les habló con voz sonora:
-Hijos
del Sol:
príncipes
de mi sangre: habéis
probado
ser dignos de llevar en vuestros
hombros, las grandezas del Impe–
rio. Desde ahora r.óis. Aukis. Pe–
ro os encarezco
no contentaros
!:.olamente con la honra de ·lle–
var las insignias de los Hijos del
Sol, sino demostrar en toda vues–
tra vida
la justicia, la manse–
dumbre, la piedad i misericordia,