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CAPITULO XII

Arreciaban las lluvias en la

Sierra.

Ko~'ko

se puso triste como

sus pa¡aros,

que,

erizadas las

plumas, piaban friolentos en las

ramas de los molles eternamen–

te verdes.

Una soledad descorazonado–

ra se

extendía por

la Tierra .

Días enteros

se sucedieron, de

iluvia~

i

de nubes.

En las crestas de las cordi–

lleras, reventahan los rayos, lle–

nando de pavor

las altas pu-

nas.

No daba ganas de salir de

la tibieza del hogar.

Pero los

lnkas se reunían

para celebrar

sus fiestas en los grandes salones

que les servían

de teatro

i

que

habían costruído para tal obje-

to.

Aquella mañana

amaneció

de luto.

Finísima lluvia, como

lm velos de las vírgenes del Sol,

asediaba

la tierra,

dando una

sensación de intensa pena.

Parecía

que la Naturaleza

no se cansaba de llorar la muer–

te de Ninan Kuyuchi, que hacía

ya dos meses se había ido para

. siempre, seguido de Kusi Rímay,

m madre, que no había podid<\.

sobrevivirle de pesat .

Pero a medida que fue a-

vanzando el día, fue dejando

d~

llover .

Por los cerros

quedó bri–

llando el agua , con el candor de

las lágrimas derramadas por la

Tierra por la ausencia de su a–

mante el Sol.

La Tarde había doblado en

dos el día, cuando

se dejó ver

el piadoso Luminar, desgarrando

espesas nubes que el viento he–

lado se fue cargando, hasta des–

hilacharlas en los cerros de Oc-

cidente.

En las

temblorosas

de la lluvia .

hojas se

quedaron

las gotas. solitarias

Kuychi

(el Arco Iris), se

curvó en el cielo,

trayendo al

ánimo una sensación de paz i de

bonanza.

En Korikancha

se di!!puso

el sacrificio

de p.n llama negro,

en homenaje a la divinidad de la

bonanza i de la paz .

La Noche encontró al cielo

comp,letamente azul, i pronto se

fue elevando tras los cerros, la

blancura de una Luna L1ena que

a los lnkas,

i especialmente al

pueblo, pareció más grande que

..solía verse de ordinario.

Era el zanku, pan sagrado,

4ue el Anti Uilla.c Urna, le ofren–

daba en ese ista'lte al Sol.