La Luna
díó
una vida
m.
ste–
tiosa a la Tierra
i
a
las cosas.
Los cerros se
perfw~Uon
con niti–
dez
poéti~a;
las laderas brillaron
como espejos
en la sombra,
i
'la
enorme Fortaleza, pareció ser
aqudlla noche un gigantesco tu"
ku que acabara de extender sus
ala.s contempl ando ·
la Imperial
Ciudad.
Pronto se dejó oír por to–
das partes la múrica de la ale–
gría. Los ñobles comenzaban a
divertirse, i el b ajo pueblo mís–
mo, traE-formaba
a
Kosko
en
una inmensa
orquesta digna de
la Ciudad del Sol.
En muchos
barrios i espe–
cia:mente entre
los kollas, una
kena i otra kena,
comenzaron
también a sollozar,
incitando a
les recuerdos tristes de la leja–
na tierra tan amada i tan llora–
da.
¡Oh
dulce tierra!,
que ni
la dicl'la es bálsamo para la nos·
talgia! . . . . . Lejos de tí, la
l
che pierde su blancura, i hasta
el manjar más dulce
tiene un
sabor amargo! .... . .
Era la hora en que los ati–
kipas, sentimentales
i sensibles,
se entregaban al lirismo de evo–
cadores recuerdos
de una vida
apacible, allá en la tierra, en el
hogar inolvidable, en las
ladera~
cubiertas con las flores de mayo, ·
tan llenas
de
perfume i de co–
lor.
A esa hora, Kosko parecía
,,na ciudad
encantada, rodeada
por montañas de bruñida plata.
En
e
1
palacio
de
lnka
Huáskar, arrectaba la fiesta.
Kéhuar '/t ,•;i, Manku, i nu-
merosos nobles
jóvenes se
be~·
bían dado cita allí
aquella no*
che .
Aureoladas de flores,
Ken~
ti, Kori Okllo,
lma
Súmac,
í
otras ñustas, reían con la sonori–
dad de cantarinas
pukios, ba–
tiendo palmas para Los bailado-
res.
-Así
l. . .
Así!. . . Asiiiíí!. .
-Más para los múticos! ... .
¡Maaás! . . ... .
Gritaban
los alegres
no*
bles. Manku llevó a su
asie~to
a
su pareja,
después de terminar
la danza de una kachua ardien·
t.emente incitadora, i salió al pa–
tio, llevado por ece extraño de–
seo de soledad,
que se iba ha–
ciendo naturaleza en él.
Notó que la Noche se ha–
bía hecho sombría, i pensó que
la nube había vuelto a cubrir el
cielo.
Alzó la
vi~ta,
i vió de
nuevo
aquello~
círculos que vie–
ra una lejana
noch~.-
al volver
de Yáchai
Huasi,
después de
unos
inolvidables
ejerc1c1os en
la fortaleza de Sacsahuáman.
Se restregó
los ojos como
en aquella noche,
i
volvió a mi–
rar, pero sus ojos no le engaña–
ban ya.
A
lo lejos escuchó semipa–
vorecido el
penetrante
aullido
de
un perro, seguido
de ótro i
ótro, que
se fue
extendiendo,
hasta apagar las músicas de las
fiestas, en toda la ciudad.
Manku
penetró
violenta·
mente en la gran saJa de la di–
versión .... Como olvidado de
la realidad de
unos momentos
a.ntes, gritó enloquecido: