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tras éstos parecían hendir la Tie–
rra havta
el
Infierno, aquéllos
levantaban
sus
agudas crestas
hasta perderse
i
perforar el cie–
lo.
La costa, antes alta
i
enma
rañada, se hizo baja i arenosa, i
presentaba de trecho en trecho,
feracísimos valles,
regados por
los
torrente!l
tormentosos
que
bajaban
desbaratadores
de
la
Sierra.
Los pueblos se sucedían en
l
adena interminable, i
lo~
valles
ofrecían a la vista el verdor de
I"US
cultivos,
deleitando
a los
hombres no por
las pruebas fe–
hac:entes de una civilización ade–
lantada,
sino porque
desvane–
cían sus últimas dudas sobre la
existencia
del
Imperio
aquél,
donde, según él Cacique Coma·
gre, las gentes
comían
i
bebían
en vasijas de oro i plata.
-¡Hermosa tierra
1,-
exclamó
P1zarro
emocionado.-
Tú serás
mi verdadera Patria, porque só·
lo tú me darás la honra i la ri–
queza que me negó
la esquiva
España.
1
se
quedó
extasiaCio
en
quién sabe qué profundos pensa-
mientos ..... .
-Ya llega el fin de nuestros
infortunios!,- gritó Almagro, co–
mo un niño.- Nunca más volveré
a España, donde sacudí el poh•o
ue
mis pies, al despedirme. Ahí
sólo poseí mis infortunios! .....
1
el
expósito
contempló
lf,s
valles con los ojos nublados
IJ")r las lágrimas.
............... t •••••••••••
Continuando su navegación,
ilegaron
a la pequtla
isla que
parece protejer la entrada de la
hermosa bahía
de la ciudad de
Tumpis, i que los e:spañoles lla–
maron Santa Clara¡
i allí fon·
dearon.
Martín Felipe
contó a sJs
r.mon, que allí acudían
los gue–
neros
de la
Puná a ofrendar
sacrificios humanos a sus dioses,
•'ntes de que fueran conquistad0s
pc.t los lnkas ..... .
Presuroso llegó el siguiente
día, cuando
los españoles diri·
jJ.eron
su nave
directament.e a
Tumpis.
A cierta distancia divisaron
t.
umerosas barcas.
Fueron acercándose a ellas
con
el
temor que inspira siempre
encontrarse frente a un país des–
conocido
i poderoso,
i ya
de
cerca vieron
que en las barcas
tripulaba un centenar de guerre·
tos bien armados, que parecían
venir a impedirles el acercarse a
la c.iudad.
Pronto se
convecieron que
aquellos hombres navegaban ha–
cia el Norte, sin hacerles caso.
-Dios, nuestro Señor, quiere
librarnos de todo contratiempo,•
dijo Almagro.
Entonces Pizarro ordenó a–
preturar su buque, con el fin de
entablar relaciones con los hom·
bres
d~
las barcas.
Los guerreros
se
prepara–
ron; pero al acercarae el buque,
Pizarro ordenó a Martín Felipe,
que les hablara en su pr.opio idio–
ma, haciéndoles presente que a–
qqellos extranjeros
les ofrecían
su amistad i que no trataban de
hacerles daño alguno.