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-189-

tras éstos parecían hendir la Tie–

rra havta

el

Infierno, aquéllos

levantaban

sus

agudas crestas

hasta perderse

i

perforar el cie–

lo.

La costa, antes alta

i

enma

rañada, se hizo baja i arenosa, i

presentaba de trecho en trecho,

feracísimos valles,

regados por

los

torrente!l

tormentosos

que

bajaban

desbaratadores

de

la

Sierra.

Los pueblos se sucedían en

l

adena interminable, i

lo~

valles

ofrecían a la vista el verdor de

I"US

cultivos,

deleitando

a los

hombres no por

las pruebas fe–

hac:entes de una civilización ade–

lantada,

sino porque

desvane–

cían sus últimas dudas sobre la

existencia

del

Imperio

aquél,

donde, según él Cacique Coma·

gre, las gentes

comían

i

bebían

en vasijas de oro i plata.

-¡Hermosa tierra

1,-

exclamó

P1zarro

emocionado.-

Tú serás

mi verdadera Patria, porque só·

lo tú me darás la honra i la ri–

queza que me negó

la esquiva

España.

1

se

quedó

extasiaCio

en

quién sabe qué profundos pensa-

mientos ..... .

-Ya llega el fin de nuestros

infortunios!,- gritó Almagro, co–

mo un niño.- Nunca más volveré

a España, donde sacudí el poh•o

ue

mis pies, al despedirme. Ahí

sólo poseí mis infortunios! .....

1

el

expósito

contempló

lf,s

valles con los ojos nublados

IJ")r las lágrimas.

............... t •••••••••••

Continuando su navegación,

ilegaron

a la pequtla

isla que

parece protejer la entrada de la

hermosa bahía

de la ciudad de

Tumpis, i que los e:spañoles lla–

maron Santa Clara¡

i allí fon·

dearon.

Martín Felipe

contó a sJs

r.mon, que allí acudían

los gue–

neros

de la

Puná a ofrendar

sacrificios humanos a sus dioses,

•'ntes de que fueran conquistad0s

pc.t los lnkas ..... .

Presuroso llegó el siguiente

día, cuando

los españoles diri·

jJ.eron

su nave

directament.e a

Tumpis.

A cierta distancia divisaron

t.

umerosas barcas.

Fueron acercándose a ellas

con

el

temor que inspira siempre

encontrarse frente a un país des–

conocido

i poderoso,

i ya

de

cerca vieron

que en las barcas

tripulaba un centenar de guerre·

tos bien armados, que parecían

venir a impedirles el acercarse a

la c.iudad.

Pronto se

convecieron que

aquellos hombres navegaban ha–

cia el Norte, sin hacerles caso.

-Dios, nuestro Señor, quiere

librarnos de todo contratiempo,•

dijo Almagro.

Entonces Pizarro ordenó a–

preturar su buque, con el fin de

entablar relaciones con los hom·

bres

d~

las barcas.

Los guerreros

se

prepara–

ron; pero al acercarae el buque,

Pizarro ordenó a Martín Felipe,

que les hablara en su pr.opio idio–

ma, haciéndoles presente que a–

qqellos extranjeros

les ofrecían

su amistad i que no trataban de

hacerles daño alguno.