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minaron lentamente para darles
tiempo.
~Urge
llegar
después,~
dijo
Pizarro. ~
Parece
que nos creen,
en real'idad hijos del · Sol, por el
destello de nuestras armaduras.
Pero Almagro
razonó me-
jor.
-Plugiera
a Dios,
nues"ro
Señor : pero no debemos confiar
en tal creencia.
Los
guerreros
que han seguido nuestros pasos,
atacándonos
salvaj·emente,
nos
demuestran poco miedo.
Pizarro contempló a su so·
cío con aire de
di~ gusto.
Se ha–
bía acostumbrado
a la jactancia
alimmtada por la adulación del
Lengua.
Cada cual se había encerra–
do en su mutismo, cuando Mar–
tín Felipe gritó lleno de júbilo.
-¡Tumpis! ... ... ¡Oh Tum-
pis, súmac
llacta
1,-
i
le tendió
los brazo&, en actitud de religio·
sa adoraci
ón.-Qué
her.mo&a
i qué grande
es!,- exclamó el piloto Ruiz, sin
regatearle admiración.
Todo::: corrieron
a contero·
plar la hermosísima crudad que a
esa hora, blanqueaba
cual
s~
la
hubieran co!:-truído en mármol.
Pizarro
i
Almagro, la mira–
ron, entre alegres
i costernados:
110
había duda que aquel Impe–
rio era sobradamente poderoso.
A lo largo
de la costa se
veían, como sembrados, numero•
..os pueblos, i allá en los valles
ascendentes
i en la terranía, el
humo que
~e
elevaba extendién–
dose como una nube azul hacia
1
os cielos, delataba la existencia .
de numerosas poblaciones densa-
mente pobladas.
Tumpis se veía en e.1 centro
de un hermoso val1e, debidamen–
te cultivado; cuyas parcelas eata–
ban enmarcadas por una red de
r.anales que, naciendo de cauda–
loso río, se extendían por los
a–
renales tlevando
1~
vida i 1a
ale–
gría hasta
el borde mismo del
Océano.
Con
amplísima
visión los
lnkc.s se habían esmerado en He–
val las aguas
de los ríos hasta
las máSJ
áridas
r.egiones, por
medio de canal:es atrevidos, que,
ora discurrían majestuosamente
por un lomo
hecho de arena,
ora perforaban
las montañas,
como una serpiente misteriosa, o
se perdían en la tierra, para ir
aparecer, mediante
canales sub–
terráneos,
a muchas
leguas de
distancia, como
surtidores natu–
ra·les, para irrigar los cerros i las
wmbres áridas.
Extensos maizales
alterna..
1--an con las bien
cultivadas ta•
bladas de yucas i camotcrs: el ají
de var:edades múltiples, extendía
su coloración diversa en las cha–
cras ennegrecidas
por las ceni–
zas de los árboles talados i que–
mados para poder servir al
sern;
brío más estimado de los lnkas
\ su pueblo.
Los cocoteros daban agra–
dable sombra
en las
ardientes
tierras
de esa
costa
calc~nada
por el Sol.
Luego los españoles fijaron
la
vio·~a
en qn montículo tremen–
do, que se alzaba a las espaldas
de la gran ciudad.
Martín · Felipe,
explicó que
aqudlo era
la temioa
fortaJeza
•.