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-191·

minaron lentamente para darles

tiempo.

~Urge

llegar

después,~

dijo

Pizarro. ~

Parece

que nos creen,

en real'idad hijos del · Sol, por el

destello de nuestras armaduras.

Pero Almagro

razonó me-

jor.

-Plugiera

a Dios,

nues"ro

Señor : pero no debemos confiar

en tal creencia.

Los

guerreros

que han seguido nuestros pasos,

atacándonos

salvaj·emente,

nos

demuestran poco miedo.

Pizarro contempló a su so·

cío con aire de

di~ gusto.

Se ha–

bía acostumbrado

a la jactancia

alimmtada por la adulación del

Lengua.

Cada cual se había encerra–

do en su mutismo, cuando Mar–

tín Felipe gritó lleno de júbilo.

-¡Tumpis! ... ... ¡Oh Tum-

pis, súmac

llacta

1,-

i

le tendió

los brazo&, en actitud de religio·

sa adoraci

ón.

-Qué

her.mo

&a

i qué grande

es!,- exclamó el piloto Ruiz, sin

regatearle admiración.

Todo::: corrieron

a contero·

plar la hermosísima crudad que a

esa hora, blanqueaba

cual

s~

la

hubieran co!:-truído en mármol.

Pizarro

i

Almagro, la mira–

ron, entre alegres

i costernados:

110

había duda que aquel Impe–

rio era sobradamente poderoso.

A lo largo

de la costa se

veían, como sembrados, numero•

..os pueblos, i allá en los valles

ascendentes

i en la terranía, el

humo que

~e

elevaba extendién–

dose como una nube azul hacia

1

os cielos, delataba la existencia .

de numerosas poblaciones densa-

mente pobladas.

Tumpis se veía en e.1 centro

de un hermoso val1e, debidamen–

te cultivado; cuyas parcelas eata–

ban enmarcadas por una red de

r.anales que, naciendo de cauda–

loso río, se extendían por los

a–

renales tlevando

1~

vida i 1a

ale–

gría hasta

el borde mismo del

Océano.

Con

amplísima

visión los

lnkc.s se habían esmerado en He–

val las aguas

de los ríos hasta

las máSJ

áridas

r.egiones, por

medio de canal:es atrevidos, que,

ora discurrían majestuosamente

por un lomo

hecho de arena,

ora perforaban

las montañas,

como una serpiente misteriosa, o

se perdían en la tierra, para ir

aparecer, mediante

canales sub–

terráneos,

a muchas

leguas de

distancia, como

surtidores natu–

ra·les, para irrigar los cerros i las

wmbres áridas.

Extensos maizales

alterna..

1--an con las bien

cultivadas ta•

bladas de yucas i camotcrs: el ají

de var:edades múltiples, extendía

su coloración diversa en las cha–

cras ennegrecidas

por las ceni–

zas de los árboles talados i que–

mados para poder servir al

sern;

brío más estimado de los lnkas

\ su pueblo.

Los cocoteros daban agra–

dable sombra

en las

ardientes

tierras

de esa

costa

calc~nada

por el Sol.

Luego los españoles fijaron

la

vio·~a

en qn montículo tremen–

do, que se alzaba a las espaldas

de la gran ciudad.

Martín · Felipe,

explicó que

aqudlo era

la temioa

fortaJeza

•.