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-T96-

des, tratando de deslumbrarles

(;On las viandas de su País.

A Los postres se sirv:ó del

mejor vino, que al ser pregunta–

Jo el lnka por Pizarro sobre su

bondad, contestó que se alegra–

ba de beber

un

lícor tan exquisí–

to.

Pizarro se esponjó entonces

como un pavo.

·Todo lo que hai en mi Pa–

ftia, es sobradamente grande,–

dijo.

Pero Kéhuar Kusi pensó

que

~a

una jactancia

se dijo

f.:n sus adentros:

· -No rfiai mejor vino que el

que se bebe de regalo; sinembar–

go yo sé que nt:) hai bebida más

dulce ni más embriagadora que

la nora de las akllas.

Terminado

el

almuerzo, el

lnka invitó a

'8\1

vez a Pizarro

que visitara Tumpis.

-Grato

~erá

a mi corazón a–

gasajarte en mi palacio,- le dijo

con el mayor afecto.

Pizarro contestó más por_

cortesía que con deseo ele corres–

ponderle la visita:

-Os doi las gracias. Maña–

na bajaré a tierra e iré a cono–

cer vuestra ciudad.

Luego tomó de manos de

un esclavo, un hacha que al pare–

cer había gustado mucho al In–

ka, i agregó:

-Llevad este recuerdo que

os prueba mi amistad. Es herra–

mienta sobradamente útil.

E.l Inka le recibió sonriente,

í

la entregó a úno de sus yana·

kunas de servicio.

1 se despidió, dejando a

los e&'pañoles boquiabiertos . Lo

que acababan de ver era más

grande que sus más extravagan–

tes esperanzas . . . . . •

Como . el Capitán español

prometiera a Kéhuar Kusi devoT–

verle la visita, pero temiera una

emboscada, enviO ai siguiente

día un em"sario: era Alonso de

Molina, con

dos

hombres bien

armados, i acompañados a su

vez de

un

negro que el piloto

Ruiz había traído de

Panam~

últimamente.

Martín Felipe iba vestido

con elegante ropa castellana,

cosquillado por la aventura de

hablar cara a cara con los Inkas,

i esperanzado en que algún día

v-ería así al Hijo del Sol.

. -Procuraréis percataros bien

de las riquezas, poderío e "Ínten–

"cione!l de estos indios,- le enca–

reció Pizarro.

Melina -llevaba

trn

regalo

para el Tukuiríkuc, consistente

en dos cerdos, cuatro gallinas

í

un gallo. Los cerdos iban arrea–

dos por el negro i las gallinas ·

atadas, a

su

espalda. El gallo

iba entrabado en manos de un

soldado, mostrando a cada paso

galluno engreimiento.

Cuando puso el pie en la

playa, la gente se arremolinó a

conocer al blanco,

llamándo~es

ia atención sus vestiduras tan

distintas de las suyas, así como

su color i barba larga, que les

hacía recordar a los barbudos

que, según la tradición, llegaron

a Llampállec, i cuyo recuerdo se

encontraba en las .vasijas i en

las leyendas que haplaban de

esos hombres coono emergidos .