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des, tratando de deslumbrarles
(;On las viandas de su País.
A Los postres se sirv:ó del
mejor vino, que al ser pregunta–
Jo el lnka por Pizarro sobre su
bondad, contestó que se alegra–
ba de beber
un
lícor tan exquisí–
to.
Pizarro se esponjó entonces
como un pavo.
·Todo lo que hai en mi Pa–
ftia, es sobradamente grande,–
dijo.
Pero Kéhuar Kusi pensó
que
~a
una jactancia
se dijo
f.:n sus adentros:
· -No rfiai mejor vino que el
que se bebe de regalo; sinembar–
go yo sé que nt:) hai bebida más
dulce ni más embriagadora que
la nora de las akllas.
Terminado
el
almuerzo, el
lnka invitó a
'8\1
vez a Pizarro
que visitara Tumpis.
-Grato
~erá
a mi corazón a–
gasajarte en mi palacio,- le dijo
con el mayor afecto.
Pizarro contestó más por_
cortesía que con deseo ele corres–
ponderle la visita:
-Os doi las gracias. Maña–
na bajaré a tierra e iré a cono–
cer vuestra ciudad.
Luego tomó de manos de
un esclavo, un hacha que al pare–
cer había gustado mucho al In–
ka, i agregó:
-Llevad este recuerdo que
os prueba mi amistad. Es herra–
mienta sobradamente útil.
E.l Inka le recibió sonriente,
í
la entregó a úno de sus yana·
kunas de servicio.
1 se despidió, dejando a
los e&'pañoles boquiabiertos . Lo
que acababan de ver era más
grande que sus más extravagan–
tes esperanzas . . . . . •
Como . el Capitán español
prometiera a Kéhuar Kusi devoT–
verle la visita, pero temiera una
emboscada, enviO ai siguiente
día un em"sario: era Alonso de
Molina, con
dos
hombres bien
armados, i acompañados a su
vez de
un
negro que el piloto
Ruiz había traído de
Panam~
últimamente.
Martín Felipe iba vestido
con elegante ropa castellana,
cosquillado por la aventura de
hablar cara a cara con los Inkas,
i esperanzado en que algún día
v-ería así al Hijo del Sol.
. -Procuraréis percataros bien
de las riquezas, poderío e "Ínten–
"cione!l de estos indios,- le enca–
reció Pizarro.
Melina -llevaba
trn
regalo
para el Tukuiríkuc, consistente
en dos cerdos, cuatro gallinas
í
un gallo. Los cerdos iban arrea–
dos por el negro i las gallinas ·
atadas, a
su
espalda. El gallo
iba entrabado en manos de un
soldado, mostrando a cada paso
galluno engreimiento.
Cuando puso el pie en la
playa, la gente se arremolinó a
conocer al blanco,
llamándo~es
ia atención sus vestiduras tan
distintas de las suyas, así como
su color i barba larga, que les
hacía recordar a los barbudos
que, según la tradición, llegaron
a Llampállec, i cuyo recuerdo se
encontraba en las .vasijas i en
las leyendas que haplaban de
esos hombres coono emergidos .