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·201-

de los lnkas.

Hal¡>ía

querido

anonad_ar–

lcr., i no alca·1zó

a causarles el

menor asombro! ..... .

El T ukuiríkuc

se volvió a

pa'acio con sus

Inkas, ordenan·

do a Orko Runa llevar a los Elo\–

dados extranjeros

a contemplar

el ex' erior

del templo,

i luego

el

interior de

!•os

jardines de

las akllas.

Entretanto conversaban los

dos lnkar:, en- voz baja:

-No hai duda que sus armas

traen

en su entraña

un poder

desconocido,· decía

el

T ukuirí–

kuc.

-Que

e~o

no te descorazo–

ne,- exclamó

el bravo Kéhuar

Kusi ......... .

Candia se quedó

s:n saber

qué hacer. Los nobles le sacaron

de la plaza, i derepente le hicie–

ron penetrar, con

su

acompañan–

te, en el jardín maraviTioso.

Pedro de Candia,

i

el

sol–

dado,

se creyeron

víctimas de

una alucinación ..... .

1

después de recorrer aquel

lugar extraño, ya en la calle,

se

re[.tregó los ojos espantado.

-He soñado ....... ,-

se

1e

oyó decir.

El soldado se plantó como

un idiota i cerró

los ojos, cual

r~

le acabara

de deslumbrar el

Sol

Orko Runa,

sonriente,

los

llevó al palacio.

Candia entró como marea–

no , i se despidió del Tukuiríkuc

de la manera más rendida. Le

!,abía ganado

la emoción,

i

se

creyó

un t úbdito de

los Hijos

del Sol.

Salió atontado d el

pa~acio,

entre

la sonrisa de

los lnkas:

cruzó la plaza anonadado ..... .

No era el hombre jactancioso de

horas antes ..... .

Subió al bote que esperába–

le en la p laya,

i pront o estuvo

al lado de Pizarro.

La descripción que hizo ·de

cuantas maravillas había v i..r.<to en

T umpis, superó

al relato de A–

lonoo de Molina .•.: ..•

No le

fue permitido pene–

netrar

en el Templo

del Sol;

pero

encareció sobremanera el

jardín de oro,

donde, según le

d :jeron, se recreaban las Akllas.

-Eso

no han

visto

jamás

humanos ojos!,- dijo.

1

ante el asombro de todos

sur~

compañeros,

pintó cuanto

había visto en aquel jardín ma–

.ravilloso, como si fuera un sue–

ño fantástico i espeluznante.

Plantas exóticas, de extraor–

dinaria belleza, ,iibrían sus capu–

llos en actitud

de perfumar el

aire. . . . . . En sus corolas hen–

día

el kenti d iminuto

su largo

pico, para chupar el néctar; mai–

zales

florecidos,

ostentaban el

amarillo maíz semidesnudo.

El

lúcumo, el

cocotero,

i

otros arbustos propios del lugar,

daban su sombra

i formaban a–

venidas a cuyos

bordes la uiku–

ña huraña,

los llamas, alpacas

i

huanakus, pastaban mansamen-

te.

En el centro de las av.eni–

das, lagartijas, iguanas, kelluas o

gaviotas, d escansaban sobre pe–

queñas rocas ;

i

entre los rama–

jes, el puma parecía

listo a sal-