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de los lnkas.
Hal¡>ía
querido
anonad_ar–
lcr., i no alca·1zó
a causarles el
menor asombro! ..... .
El T ukuiríkuc
se volvió a
pa'acio con sus
Inkas, ordenan·
do a Orko Runa llevar a los Elo\–
dados extranjeros
a contemplar
el ex' erior
del templo,
i luego
el
interior de
!•os
jardines de
las akllas.
Entretanto conversaban los
dos lnkar:, en- voz baja:
-No hai duda que sus armas
traen
en su entraña
un poder
desconocido,· decía
el
T ukuirí–
kuc.
-Que
e~o
no te descorazo–
ne,- exclamó
el bravo Kéhuar
Kusi ......... .
Candia se quedó
s:n saber
qué hacer. Los nobles le sacaron
de la plaza, i derepente le hicie–
ron penetrar, con
su
acompañan–
te, en el jardín maraviTioso.
Pedro de Candia,
i
el
sol–
dado,
se creyeron
víctimas de
una alucinación ..... .
1
después de recorrer aquel
lugar extraño, ya en la calle,
se
re[.tregó los ojos espantado.
-He soñado ....... ,-
se
1e
oyó decir.
El soldado se plantó como
un idiota i cerró
los ojos, cual
r~
le acabara
de deslumbrar el
Sol
Orko Runa,
sonriente,
los
llevó al palacio.
Candia entró como marea–
no , i se despidió del Tukuiríkuc
de la manera más rendida. Le
!,abía ganado
la emoción,
i
se
creyó
un t úbdito de
los Hijos
del Sol.
Salió atontado d el
pa~acio,
entre
la sonrisa de
los lnkas:
cruzó la plaza anonadado ..... .
No era el hombre jactancioso de
horas antes ..... .
Subió al bote que esperába–
le en la p laya,
i pront o estuvo
al lado de Pizarro.
La descripción que hizo ·de
cuantas maravillas había v i..r.<to en
T umpis, superó
al relato de A–
lonoo de Molina .•.: ..•
No le
fue permitido pene–
netrar
en el Templo
del Sol;
pero
encareció sobremanera el
jardín de oro,
donde, según le
d :jeron, se recreaban las Akllas.
-Eso
no han
visto
jamás
humanos ojos!,- dijo.
1
ante el asombro de todos
sur~
compañeros,
pintó cuanto
había visto en aquel jardín ma–
.ravilloso, como si fuera un sue–
ño fantástico i espeluznante.
Plantas exóticas, de extraor–
dinaria belleza, ,iibrían sus capu–
llos en actitud
de perfumar el
aire. . . . . . En sus corolas hen–
día
el kenti d iminuto
su largo
pico, para chupar el néctar; mai–
zales
florecidos,
ostentaban el
amarillo maíz semidesnudo.
El
lúcumo, el
cocotero,
i
otros arbustos propios del lugar,
daban su sombra
i formaban a–
venidas a cuyos
bordes la uiku–
ña huraña,
los llamas, alpacas
i
huanakus, pastaban mansamen-
te.
En el centro de las av.eni–
das, lagartijas, iguanas, kelluas o
gaviotas, d escansaban sobre pe–
queñas rocas ;
i
entre los rama–
jes, el puma parecía
listo a sal-