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tes, ¡el
in~erior
mente
reves~·do
metal!
e··':ab a ma· erial–
del riquísimo
El
palacio del
T
ukuiríkuc
era asim'smo de una riqueza des·
lumbran' e.
Su
construcción era
de piedra blanquecina, finamen·
le pulida,
i
llevaba un cielo
raso
de fina
i
polícroma tela de lana
de
uikuña que r.e desbordaba,
(.ubriendo a lo largo las paredes,
para morir al cabo en excelente
flequería.
En los intervalos que deja–
ban los tejidos, delgadas plan–
chas de oro mostraban dibujos
singulares, representando los he–
chos má!l saltantes de la Hi.sto–
lia del Imperio.
En la tela, los hábiles teje
dores, habían
repre~;entado
lu–
chas de gut..rreros i de pumas;
el
regrado kúntur, rei de los An- .
tis er.tupendos; pájaros i peces
en armoniosa combinación de
los matices már. hermosos, para
alegría i deleite de la vista.
Los vasos en que fueran
('Onvidados con la exquisita sora,
así como todos los utensilios
que pudo contemplar, eran de
e-ro.
1
aquel l:cor preparado por
la~
akllas, era tan grato al pala–
dar, como el mismo vino de
O–
porto
i
de Jerez.
El
T
ulr.uiríkuc le recibió
~ entado
en un asiento de oro,
con incrustaciones de nácar i de
piedras, i tenía en su mano un
cetro igual que aquel que vieran
t-n la mano de lnka Kéhuar ....
-Pero al lado de riquezas
semejantes,- dijo,- está el tre–
mendo poderío que las guarda.
Sólo Di"s,- rep'tió,- podrá ven-
c..erlo. Sinembargo una cosa he
costatado:
la
inferioridad de las
armas de los indios.
Pizarro
se
llenó de la más
cara alegría. Sin pesar bien aus
palabras, exclamó:
-Nuestras armas son terri–
bles; el acero nos hace invulne–
rables; pero si ellas so
k•
no
se
bastan para damos
la
victoria.
nos quedan la astucia, la embos–
cada i la traición.
Sus hombres le miraron en
silencio.
Sin duda alguna con
la
traición contaban todos, i en es–
pecial Pizarra; quien la había
ampliamente meditado. Pero
~vergonzado de haberse descu–
bierto así, tan al desnudo, trató
el
asunto desde un plano dife–
rente.
-¡Qué falta hacen los hom-
bres!,- dijo ....... .
Pero mientras fueran pocos,
volvió a encarecerles no dejarse
llevar por el ímpetu del oro;
que ya volver_ían con un ejército
bastante, para la conquista de
ese paía de maravillas ..... .
Mas, por sí Molina exage–
rara, envió
al
siguiente día a
Candia, vestido
de
cota de ma–
lla, con
la
espada al cinto i el
arcabuz al hombro con orderr-r
1
:·
hacerlo funcionar.
-Voo sóis más
di~reto
i no
nos traeréis una exajeración ma–
yor,- le dijo despidiéndole.
El griego bajó acompañado
de un soldado.
Los tumpis le hicieron
el
mismo carmo que
a
Mo'lina i le
acompaña~on
hasta la puerta del
:palacio dd
Tukuir:l~uc.
Le hicie-