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-199-

tes, ¡el

in~erior

mente

reves~·do

metal!

e··':ab a ma· erial–

del riquísimo

El

palacio del

T

ukuiríkuc

era asim'smo de una riqueza des·

lumbran' e.

Su

construcción era

de piedra blanquecina, finamen·

le pulida,

i

llevaba un cielo

raso

de fina

i

polícroma tela de lana

de

uikuña que r.e desbordaba,

(.ubriendo a lo largo las paredes,

para morir al cabo en excelente

flequería.

En los intervalos que deja–

ban los tejidos, delgadas plan–

chas de oro mostraban dibujos

singulares, representando los he–

chos má!l saltantes de la Hi.sto–

lia del Imperio.

En la tela, los hábiles teje

dores, habían

repre~;entado

lu–

chas de gut..rreros i de pumas;

el

regrado kúntur, rei de los An- .

tis er.tupendos; pájaros i peces

en armoniosa combinación de

los matices már. hermosos, para

alegría i deleite de la vista.

Los vasos en que fueran

('Onvidados con la exquisita sora,

así como todos los utensilios

que pudo contemplar, eran de

e-ro.

1

aquel l:cor preparado por

la~

akllas, era tan grato al pala–

dar, como el mismo vino de

O–

porto

i

de Jerez.

El

T

ulr.uiríkuc le recibió

~ entado

en un asiento de oro,

con incrustaciones de nácar i de

piedras, i tenía en su mano un

cetro igual que aquel que vieran

t-n la mano de lnka Kéhuar ....

-Pero al lado de riquezas

semejantes,- dijo,- está el tre–

mendo poderío que las guarda.

Sólo Di"s,- rep'tió,- podrá ven-

c..erlo. Sinembargo una cosa he

costatado:

la

inferioridad de las

armas de los indios.

Pizarro

se

llenó de la más

cara alegría. Sin pesar bien aus

palabras, exclamó:

-Nuestras armas son terri–

bles; el acero nos hace invulne–

rables; pero si ellas so

k•

no

se

bastan para damos

la

victoria.

nos quedan la astucia, la embos–

cada i la traición.

Sus hombres le miraron en

silencio.

Sin duda alguna con

la

traición contaban todos, i en es–

pecial Pizarra; quien la había

ampliamente meditado. Pero

~vergonzado de haberse descu–

bierto así, tan al desnudo, trató

el

asunto desde un plano dife–

rente.

-¡Qué falta hacen los hom-

bres!,- dijo ....... .

Pero mientras fueran pocos,

volvió a encarecerles no dejarse

llevar por el ímpetu del oro;

que ya volver_ían con un ejército

bastante, para la conquista de

ese paía de maravillas ..... .

Mas, por sí Molina exage–

rara, envió

al

siguiente día a

Candia, vestido

de

cota de ma–

lla, con

la

espada al cinto i el

arcabuz al hombro con orderr-r

1

hacerlo funcionar.

-Voo sóis más

di~reto

i no

nos traeréis una exajeración ma–

yor,- le dijo despidiéndole.

El griego bajó acompañado

de un soldado.

Los tumpis le hicieron

el

mismo carmo que

a

Mo'lina i le

acompaña~on

hasta la puerta del

:palacio dd

Tukuir:l~uc.

Le hicie-