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-200-

ron entrar con el mismo riguro–

so ceremonial

i

Apu Sairi TÚ·

pac le recibió con la misma cor–

tesía.

Igual que Molina ayer,

ro–

gó se le hiciera conocer la ciu–

dad i sus maravillas.

El T ukuiríkuc ordenó a Or–

ko Runa

i a

8U9

nobles compa·

ñeros que le llevaran

igual que

h'cieran

con Molina,

i que to–

mando

las mayores

precaucio–

nes, le hicieran recrear sus ojos

en e1 jardín de oro de

las ak–

Has.

Los nobles

~e

llevaron por

toda la

ciudad.

1

denpués

de

mo ';t·rarle exteriormente el pala–

cio del Emperador i los prulacios

de los

noble~ ;

el vivar de las fle–

tas que rugían

á

esa hora como

pres'ntiéndoles;

i otras maravi–

lla~.

semejantes,

les encaminaron

hacia la eminencia que dominaba

la ciudad. Conforme al acuerdo

d e los lnkas, querían asombrar–

--.~

i aterrai1os.

Le · hicieron contemplar de

cerca

el temible

fueFte,

cuya

guarn 'ción

tan

poderosa dejó

<':1pequeñecidos

a los extranje-

ros.

Candia bajó mui pensativo,

i expresó su deseo de ver al Tu–

ku ríkuc.

Ya en su presencia, excla–

mó con voz emocionada:

-lnka: tu ejército es grande

i poderoso, i tu fortaleza, inex–

pugnabl e ; pero

si me permitís,

quis'era hacer funcionar mi arma

en presencia

de vosotros,

i en

vuestra propia plaza.

El T ukuiríkuc

accedió gus–

toso, diciéndole que fuera a es-

p erarle ; que e 'a rh

aHí en

segu͕

da con sus nobles.

Sairi T Úpac

i K·éhuar Kusi,

se echaron a la calle seguldm.. de

su Corte, dialogando acerca del

suceso extraordinario:

-Uirakocha

proteje con a ·

mor nuestros deseos,- dijo el Tu·

kuiríkuc.-

Por nuestros mismos

-ojos veremos el s.ecreto que ha–

ce invencibles a los blancos.

-Que

ln ti nos

aclare este

m ir.terio,· dijo Kéhuar Kusi.- Ha–

brá que verlo mui de cerca i con

bas•·ante atención dis:\mulada.

Y

a en

la plaza,

el griego

colocó a distancia una tabla lle–

vada con ese exprer.o objeto .

· Apuntó con

el mayor cui–

dado, i disparó certeramente.

La tabla voló hecha peda-

zos ..... .

Algunos tump;s se asustaron

con el tiro, i se miraron coster·

nados; pero e! Tukuiríkuc i lo3

nobles, así

como los guerreros

de su guardia, no dieron la me–

nor señal de conmoción.

Con el

cemblante

adusto,

impenetrable, de amos i señores

del mundo, contemplaron

la es•

cena no vista nunca por sus ojos,

i

se

enc~rraron

en austero silen•

c.io,

cuando Candia,

sonriente,

'\'dl:vió la cara a ellos, creyendo

encontrar alguna muestra de a ·

probación, de asombro o de te·

rror.

'Por primera vez el griego se

sintió temblar.

(Qué clase de hombres eran

éntos, que

no \es

inmutaba ni

lo terrible ni lo extraordinario?

Ignoraba

que

el

dominio

de sí m inmos

era el

distintivo