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ron entrar con el mismo riguro–
so ceremonial
i
Apu Sairi TÚ·
pac le recibió con la misma cor–
tesía.
Igual que Molina ayer,
ro–
gó se le hiciera conocer la ciu–
dad i sus maravillas.
El T ukuiríkuc ordenó a Or–
ko Runa
i a
8U9
nobles compa·
ñeros que le llevaran
igual que
h'cieran
con Molina,
i que to–
mando
las mayores
precaucio–
nes, le hicieran recrear sus ojos
en e1 jardín de oro de
las ak–
Has.
Los nobles
~e
llevaron por
toda la
ciudad.
1
denpués
de
mo ';t·rarle exteriormente el pala–
cio del Emperador i los prulacios
de los
noble~ ;
el vivar de las fle–
tas que rugían
á
esa hora como
pres'ntiéndoles;
i otras maravi–
lla~.
semejantes,
les encaminaron
hacia la eminencia que dominaba
la ciudad. Conforme al acuerdo
d e los lnkas, querían asombrar–
--.~
i aterrai1os.
Le · hicieron contemplar de
cerca
el temible
fueFte,
cuya
guarn 'ción
tan
poderosa dejó
<':1pequeñecidos
a los extranje-
ros.
Candia bajó mui pensativo,
i expresó su deseo de ver al Tu–
ku ríkuc.
Ya en su presencia, excla–
mó con voz emocionada:
-lnka: tu ejército es grande
i poderoso, i tu fortaleza, inex–
pugnabl e ; pero
si me permitís,
quis'era hacer funcionar mi arma
en presencia
de vosotros,
i en
vuestra propia plaza.
El T ukuiríkuc
accedió gus–
toso, diciéndole que fuera a es-
p erarle ; que e 'a rh
aHí en
segu͕
da con sus nobles.
Sairi T Úpac
i K·éhuar Kusi,
se echaron a la calle seguldm.. de
su Corte, dialogando acerca del
suceso extraordinario:
-Uirakocha
proteje con a ·
mor nuestros deseos,- dijo el Tu·
kuiríkuc.-
Por nuestros mismos
-ojos veremos el s.ecreto que ha–
ce invencibles a los blancos.
-Que
ln ti nos
aclare este
m ir.terio,· dijo Kéhuar Kusi.- Ha–
brá que verlo mui de cerca i con
bas•·ante atención dis:\mulada.
Y
a en
la plaza,
el griego
colocó a distancia una tabla lle–
vada con ese exprer.o objeto .
· Apuntó con
el mayor cui–
dado, i disparó certeramente.
La tabla voló hecha peda-
zos ..... .
Algunos tump;s se asustaron
con el tiro, i se miraron coster·
nados; pero e! Tukuiríkuc i lo3
nobles, así
como los guerreros
de su guardia, no dieron la me–
nor señal de conmoción.
Con el
cemblante
adusto,
impenetrable, de amos i señores
del mundo, contemplaron
la es•
cena no vista nunca por sus ojos,
i
se
enc~rraron
en austero silen•
c.io,cuando Candia,
sonriente,
'\'dl:vió la cara a ellos, creyendo
encontrar alguna muestra de a ·
probación, de asombro o de te·
rror.
'Por primera vez el griego se
sintió temblar.
(Qué clase de hombres eran
éntos, que
no \es
inmutaba ni
lo terrible ni lo extraordinario?
Ignoraba
que
el
dominio
de sí m inmos
era el
distintivo