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-195-

uso de

todos

los

objetos que

traía

el buque, muchos

de loa

cuales eran completamente des–

conocidos

e n

Tabuantinsuyu.

Quería deslumbrarles e iapirarles

un poco de temor, enseñándoles

:tus armas,

sobre todo, i expli·

cándoles los estragos que causa–

ban.

Después creyó de au deber

decirle, con mucha cortesía, que

)venía de un país

lejano que ae

tlamaba España; que era súbdito

del más poderoso Monarca de la

tierna, quien

le enviaba a pre·

sentar sus homenajes

al Empe·

rador de estos lugares,

i

a ofre–

cerle su amiatad. 1 deseoso, co

mo en todos

aua apuros, de a·

trael'lle

la ayuda

i

misericordia

de su Dios,

añadió

que traía

también orden del Papa, repre–

sentante de ese Dios, para sacar

sua a1mas

de

la

perdición eter–

na.

..1

•Vosotroa adoráis un dioe

que es falso;

un espíritu ende–

moniado, que os llevará a las

ti–

niehlas del in{ierno; yo os abriré

los ojos,

haciéndoos

adorar a

Nuestro Señor

Jesucristo, Dios

único

i

verdadero,

que sumó

i

murió por redimirnos

del peca·

do. El os llevará a l.a gloria, por–

que sólo el que

cree en él será

salvado eternamente.

El lnka e.cuchó

sereno el

discurso de Pizarro,

i luego ex·

clamó con toda calma:

-Me haa dicho que traes la

amistad de

tu

Señor.: has dicho

a mis hombrea

que no robarás,

no destruirás ni nos causarás da–

ño alguno; si es, pues, así, nues–

tro pueblo ha de recibirte con

hospitalidad

i como

a enviado

de un Rei

amigo del Hijo del

Sol.

Pizarro contestó

asegurán–

dole que en modo alguno pensa·

ba hacerle el menor daño

i

rei–

teró ser portador

del homenaje

de

sq

Rei para el Monarca i que

después de conocer algo el País,

penetraría en la tierra en busca

de su Señor.

·Todo mi anhelo es serte

grato, terminó.

Paaado un momento, el In–

ka se levantó i manifestó su de–

seo de regresarse,

pero, Pizarro

le

rogó que le acompañara a al–

morzar

lo mismo que

toda su

Corte; a lo cual el Inka accedió

mui gustoso: quería tratar más ín·

timamente a los desconecidos.

Los españoles contemplaron

a Kéhuar Kusi con taimada ava–

•·icia, al igual

que a su séquito ;

pero Pizarro había ordenado no

manifestar

el menor

apego al

oro,' so pena de la vida.

Aunque él también ansiaba

ser poseedor de aquella riqueza

inmensa,

comprendió mui bien

que no era aún la hora; habría

alborotado, sin tener las fuerzas

sqfi,..ientes para

apoderarse de

aque\las riqueza•

fabulosas, por

las cuales había

expuesto hasta

su vida.

Fuera del oro,

nada tenía

valor para esos hombres; pero

se revistieron de heroísmo paTa

no dejarse arrastrar de la tenta–

ción por ese entonces.

Almorzaron, pues, los lnkas,

con Pizarro i los priRcipales es–

pañoles.

Estos aguajaron cum–

IJ}Jdamente a sus

reales huéspe-