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uso de
todos
los
objetos que
traía
el buque, muchos
de loa
cuales eran completamente des–
conocidos
e n
Tabuantinsuyu.
Quería deslumbrarles e iapirarles
un poco de temor, enseñándoles
:tus armas,
sobre todo, i expli·
cándoles los estragos que causa–
ban.
Después creyó de au deber
decirle, con mucha cortesía, que
)venía de un país
lejano que ae
tlamaba España; que era súbdito
del más poderoso Monarca de la
tierna, quien
le enviaba a pre·
sentar sus homenajes
al Empe·
rador de estos lugares,
i
a ofre–
cerle su amiatad. 1 deseoso, co
mo en todos
aua apuros, de a·
trael'lle
la ayuda
i
misericordia
de su Dios,
añadió
que traía
también orden del Papa, repre–
sentante de ese Dios, para sacar
sua a1mas
de
la
perdición eter–
na.
..1
•Vosotroa adoráis un dioe
que es falso;
un espíritu ende–
moniado, que os llevará a las
ti–
niehlas del in{ierno; yo os abriré
los ojos,
haciéndoos
adorar a
Nuestro Señor
Jesucristo, Dios
único
i
verdadero,
que sumó
i
murió por redimirnos
del peca·
do. El os llevará a l.a gloria, por–
que sólo el que
cree en él será
salvado eternamente.
El lnka e.cuchó
sereno el
discurso de Pizarro,
i luego ex·
clamó con toda calma:
-Me haa dicho que traes la
amistad de
tu
Señor.: has dicho
a mis hombrea
que no robarás,
no destruirás ni nos causarás da–
ño alguno; si es, pues, así, nues–
tro pueblo ha de recibirte con
hospitalidad
i como
a enviado
de un Rei
amigo del Hijo del
Sol.
Pizarro contestó
asegurán–
dole que en modo alguno pensa·
ba hacerle el menor daño
i
rei–
teró ser portador
del homenaje
de
sq
Rei para el Monarca i que
después de conocer algo el País,
penetraría en la tierra en busca
de su Señor.
·Todo mi anhelo es serte
grato, terminó.
Paaado un momento, el In–
ka se levantó i manifestó su de–
seo de regresarse,
pero, Pizarro
le
rogó que le acompañara a al–
morzar
lo mismo que
toda su
Corte; a lo cual el Inka accedió
mui gustoso: quería tratar más ín·
timamente a los desconecidos.
Los españoles contemplaron
a Kéhuar Kusi con taimada ava–
•·icia, al igual
que a su séquito ;
pero Pizarro había ordenado no
manifestar
el menor
apego al
oro,' so pena de la vida.
Aunque él también ansiaba
ser poseedor de aquella riqueza
inmensa,
comprendió mui bien
que no era aún la hora; habría
alborotado, sin tener las fuerzas
sqfi,..ientes para
apoderarse de
aque\las riqueza•
fabulosas, por
las cuales había
expuesto hasta
su vida.
Fuera del oro,
nada tenía
valor para esos hombres; pero
se revistieron de heroísmo paTa
no dejarse arrastrar de la tenta–
ción por ese entonces.
Almorzaron, pues, los lnkas,
con Pizarro i los priRcipales es–
pañoles.
Estos aguajaron cum–
IJ}Jdamente a sus
reales huéspe-