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ron, y cada uno de los vengadores devoró un pedazo, be–

biéqdose después un vaso de chicha.

* \

Por otra part·e, el corazón del quiehua es ac.cesihle al ver-

dadero

afe~cto

y al más absoluto .apego por quien le de–

muestra bondad, inteDés, generosidad, o comparte su pobre–

za y su modo de existenc1a, o demuestra compasión por su

_.,

situación de criatura menospreciada. El general Mangin afir–

ma haberlo observado en ·el soldado indígena a través de su

.comportami-ento con los jefes.· ¡Con cuánto ·mayor

T~azón

lo

han comprobado nuestros m.isioneros· en sus giras apostó-

licas!

·

E'l indio que cobija bajo su techo un religioso evange.:.

lizador lo colma d:e conmovedoras atenciones y co:c,sidera

honroso el acompañarlo luego hasta su próxima etapa. Nada

lo detiene. Trota a pie f.rente a la mula, sin c·eder :su lugar

a nadie, y esto durante dos o tres días, a lo largo de

40,

70

ó

100

kilómetros, -bajo la lluvia o el sol, feliz de ser, en

la montaña, el guía del "'Padrecito';, que lo es para ellos en

los caminos del ci·elo.

. En todas mis visitas a domicilio, por los alrededores de

Huanta, jamás fa·ltó nadie al deber de la hospitalidad cor–

dial, que consiste en hacer un pequeño regalo. Algunos me

.ofrecían una mazamorra de leche y harina; otros,. un plato

de maíz o achiras tostadas; éstos, un par de huevos; aqué-

11os, un ramo de flores cogidas entre las rocas de una que–

brada.

Nada mejor que el sigutente relato podrá probar el co–

~razón

a·gradecido del indio cuando se ve objeto de estima,

amo

r y

cuidados.

·

·

H.ij

os del apóstol de laiS almas abandonadas,

San

Al–

fonso de Liguorio, nos ·enc.ontramos ·esta'blecidos desde

1904

en Huanta, pequeña capital de una provinciá de la cordiUe–

ra alta. Nuestro único apostolado es ·el .de los quichuas en

todos los departam·entos

y

dió-cesis de esta ·elevada región.

Sin ·embargo, en

1908,

el subprefecto

y

otfios tiranuelos resol–

vieron

deshacers~e

de los RedentoristaiS, cuya influencia mo–

ralizadora trababa su inmoralidad. Emitieron, pues, este

,

.

1

dec·r·eto: "Todo indio que sea ·amigo de los Padres no reci-

birá,. agua de r·egadío

ni

a precio de oro".

Para estos desgraciados, aquello era la ·ruina

y

el de–

sastre. Tenían, pues, ;que de•cidirse: déclararse contra los

!'leltgiosos; que eran sus ama;dos benefacto['es, o afrontar lás

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,