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un superior, no contesta

y

conserva una·

impasibifld.ad

de

estatua; pero, herido en lo más vivo, hlerve interiormente

de indigna·ción y no olvidará jamás el ultraj-e ni la injusticia.

La india no ·es me

:Q.os

üe·losa en lo que a su raza res–

pecta; siempre la primera en reclamar sús der·echos, cons–

tantemente

agnijone~

a .

su esposo y sus hijos.. En los le–

vantamientos, ellas van siempre a la cabeza, con la falda

l·evantada llena de piedras;· son ellas las que inerepan e in–

sultan a los magistrados.

Poco coquetas, no gustan en

~xce.so

de las j ayas, como

las araucanas, y no compiten ·en elegancia con su:s seme-

..)

'

--

jantes. Fie.les

a.

l:a:s

coiS~tumbres

anc.estral,es, es su -guiS,to per-

sonal, y no la moda, lo que rige la ·elec,ción y la combina–

ción de sus colores. Un ligero plac·er por los zapatos que

.calza e'Íl la ciudad, un ·punto de vanidad en aquella que es

la reina adulada de una

fie~ta,

o bi-en por fleocibrr un cum–

plido por su belleza, la dulzura de su voz o su gracia en

la danza: he ahí toda la coquetería de la india.

*

Se saben, se cr·een los "hijos del Sol". No olvidan que la

cordiUera

~s

su legítima y tot.a.l herencia. De allí su in–

menso orgullo. Reivindicaciones, revueltas, venganzas, fero–

cidad, no son más que las explosiones de este sentimiento

.requemado en sus meditaeiones individuales, en sus conci-

liábulos de comunidades o en sus reun'iones de ·amigos. No

los

empuja el interés, sino más blen el sentimiento y el ren–

cor de verse humillados y pisoteados por los blancos opre-

sor,es. ·

Sucede lo mismo en las cuestiones religiosas: el indio

no acepta que se restrinja su libertad espiritual, así como

tampoco tolera

contr~l

sobre su independencia o sus bienes.

Es

posible que aguante un tiempo sin protestar, pero no deja

de da·r vueltaiS al asunto en .su cabeza., y cuando · llega a

conv

,encer.se

·de la injusticia, o cuando alguna circunstan–

cia especial lo

d~cide,

se

precipita, reclama, actúa y se ma–

nifiesta intratable. He aquí un hecho típico y verídico.

En

1900,

nuestros misioneros -evangeli'Za'ban la ciudad de

Huancayo, ··capital de provincia, a

3,200

metTos de alturá.

Había allí, de paso, un lim·eño ateo que se

permit~ó

ciertas

frases malévolas contra uno de los Redentoristas. El cura

anunció, desde ·el púlpito, que si llegaban a

repetirs~e

sem.e–

jantes groserías, los Padres se mareharian

1Pm·e<;ii~t~!ll~P~~ ?

257-

Sol.-17

!

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1 .